Cuesta hablar de persecución y martirio, mientras estamos disfrutando de los excesos gastronómicos, consumísticos y familiares, típicos de estos días de Navidad. Cuesta creer que ese Niño, tan chiquirriquitín, sea, ya desde el pesebre, causa de persecución y martirio para otros muchos niños inocentes, que murieron a causa de Él. No es difícil imaginar tampoco el sufrimiento de María, al enterarse del dolor de todas aquellas madres inocentes, que perdieron injustamente a sus hijos por causa del suyo. Cuesta creer que Herodes, con su mentalidad de cacique aldeano, fuera capaz de provocar aquella matanza inútil, solo por poner a salvo su ambición de poder. Y, sin embargo, no se entiende el cristianismo sin la persecución y la cruz, muy presente ya, a juzgar por el evangelio de hoy, en los primeros balbuceos humanos del Hijo de Dios.

Ahora bien, cuesta más creer que, pasados miles de años, todavía hoy sigamos viendo las mismas persecuciones y matanzas de muchos cristianos, por el solo delito de serlo. Basta seguir un poco los titulares internacionales para darse cuenta de que aquello de Herodes no fue una excepción histórica. Pero, ojo, que un poco de ese Herodes lo llevamos todos dentro. Porque, aunque busquemos las causas de tanta persecución anticristiana actual en factores de todo tipo, los titulares jamás nos contarán que, en el fondo de todo eso, está el propio pecado, que anida en el corazón humano y lo va destruyendo como un parásito. La matanza de los inocentes, el dolor desgarrador de tantas madres, la Sagrada Familia huyendo de la amenaza de muerte, hablan de unos planes incomprensibles de Dios, en los que, aunque no lo creamos, se encierra la salvación divina. Luego vendrán los excesos laicistas, también típicos de estas Navidades, a decirnos que todo eso es un cuento chino, que esos relatos del Evangelio son una broma de muy mal gusto, como todo lo que se refiere al cristianismo, y que el significado de la fiesta llamada de los Inocentes (lo de “Santos” se omite, por supuesto) es gastarnos bromas unos a otros, para reírnos unos de otros, y así crecer en igualdad y paridad.

No. Esto no es ninguna broma. El martirio forma parte de la esencia de nuestra fe como el sol forma parte del día. El problema es que estamos tan instalados y acoplados en nuestra comodidad, tan acobardados por el miedo a chocar con la opinión del mundo, que terminamos haciendo de lo políticamente correcto uno de los principales dogmas del cristianismo. En los límites del Imperio Romano de aquella época no creo que muchos se enteraran de las atrocidades que hizo Herodes en aquel villorio de Belén, y los que se enteraron, por miedo a que también les tocara a ellos, quizá terminaron elogiando el comportamiento del reyezuelo como ejemplo de tolerancia, pluralidad y diálogo. Nosotros caemos en la misma sinrazón cuando consentimos a nuestro alrededor tantas formas, gestos y comportamientos de ofensa a Dios y de persecución contra lo cristiano. Pero, no echemos la culpa al vecino, es decir, a las grandes potencias mundiales, o al mundo en general. Comencemos por eso poquito que cada uno puede hacer allí donde está. No persigamos a nuestros más próximos con la palabra, la mirada, el gesto, las obras, etc. En nuestro matrimonio, en nuestra familia, en el trabajo, en la comunidad de vecinos, entre los amigos, etc., dejemos de perseguir a aquel a quien Dios nos manda amar hasta dar la vida por Él. Si no comenzamos por aquí, no empezaremos a hacer creíble el Evangelio y daremos la razón a esos progres laicistas que dicen que la Navidad, en realidad, es una broma de mal gusto inventada por el cristianismo.