Ya se ve que lo del cotilleo y el afán de novedades no es de hoy sino de siempre, pues de siempre la condición humana es débil y voladiza. Los sacerdotes y levitas que, en nombre de los fariseos, fueron a preguntar a Juan Bautista quién era él confirman, una vez más, que lo de la pastoral del chisme y del pasillo no es una novedad postconciliar. Los fariseos de entonces, como muchos fariseos y no tan fariseos de ahora, seguimos dándole al chisme con gusto. Y es increíble ver cómo lo que corre de boca en boca se agranda, se agiganta, se multiplica y se adorna con detalles insólitos; pero, no importa, es un chisme y hay que darle credibilidad, porque lo han dicho fulano y mengano.

El evangelio de hoy recuerda aquel otro pasaje en el que Cristo preguntó a sus apóstoles: ¿Quién dice la gente que soy yo?… y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Si hoy, micrófono en mano, hiciéramos las mismas preguntas por la calle, por los pasillos de nuestras parroquias, entre nuestros familiares y amigos, entre nuestros compañeros de apostolado, comprobaríamos, una vez más, lo variopinto de las respuestas. La falta de cultura general en muchos temas religiosos es abrumadora, hasta el punto de que parece que la cultura del chisme está sustituyendo a la formación en la fe. Juan Bautista dio en el blanco cuando, hablando de Cristo a aquellos curiosos fariseos, lo definió como “Uno que no conocéis”. Y se lo decía a judíos estudiosos de la Ley, familiarizados con el culto judío, habituales de la Sinagoga, y con la responsabilidad de guiar en la fe judía a la gran mayoría del pueblo. Si para conocer a una persona hace falta mucho trato, intimidad y compañía, no digamos nada para conocer a Dios. Y, siendo sinceros, muchos católicos hoy día no conocen a Cristo más que de los titulares de periódico, de alguna homilía y de alguna que otra charlita piadosa a la que van de vez en cuando.

Al empezar este nuevo año civil bien podríamos renovar también el deseo y el compromiso de profundizar más en las verdades de nuestra fe. No basta leer la hoja dominical, o estar pendiente de los titulares de la sección religosa de algunos periódicos. Hace falta más y más serio. ¿Qué podremos decir a los demás sobre Cristo, si no le conocemos? ¿Y que podremos conocer de Cristo, si no vivimos el Evangelio?

El misterio de la Navidad, que nos invade en estos días, es una invitación preciosa a entrar en la intimidad de Dios, a conocerle más con el trato de la contemplación. Juan Bautista mostró a todos quién era Cristo con la claridad y transparencia de su vida. Nosotros estamos lejos de la santidad de Juan Bautista, pero no estamos lejos de Cristo si aprendemos a saborear las lecciones que nos da ya desde el pesebre. ¿Quieres tener fe, mayor fe, mejor fe? Pídela a los pies de este Niño, pero también cultívala con el estudio, la lectura, la meditación de la Palabra de Dios… No sea que, como a aquellos curiosos sacerdotes y levitas, acostumbrados quizá al chismorreo religioso, tengamos que reconocer que, por más que vamos a rezar y frecuentamos los pasillos de nuestra parroquia, no conocemos a Cristo.