Estamos en uno de los días más esperados del año, en el que los sueños, las ilusiones y las esperanzas parecen que se hacen realidad. Observar las caras de los niños en las cabalgatas de los «Reyes Magos», venidos de oriente para traer los regalos, fruto de la recompensa por los buenas obras, el esfuerzo y los sacrificios de las personas durante el último año, es fascinante y maravilloso; no se puede describir con palabras. No digamos el descubrimiento y apertura de los paquetes que han dejado en casa y en la de los familiares. Se materializa todo lo deseado en el pequeño y sencillo mundo infantil, de corazones abiertos a la sorpresa del poder de Dios en nuestras vidas. Los niños tienen la mejor prueba hoy de que esperar en lo que viene de Dios se cumple.

Esto es lo que celebramos hoy: el cumplimiento de las promesas más importantes que Dios ha hecho a los hombres. Que tres hombres gentiles, desconocedores del Dios de Israel, amantes de la ciencia y observadores de la naturaleza, hayan descubierto el camino y la luz que les ha llevado hasta Jesús, el Enmanuel, es para nosotros uno de los mayores signos de esperanza. Además, que lo reconozcan como Dios y Señor, como el más importante en sus vidas y en el mundo, es una prueba de fe para nosotros. Sí, estos magos de oriente que son paganos adoran a Jesús en contraste con la actitud de el rey Herodes y Jerusalén, que se turban ante la noticia y planean su muerte.

Lo importante de este relato es la búsqueda sincera de la verdad que nos lleva paso a paso a encontrarnos con el Señor. Los magos ven el signo en la naturaleza, como tantos otros que el Creador ha dejado, se lanzan y se ponen en camino, preguntan a los que conocen las Escrituras y finalmente encuentran a Jesús y no dudan en adorarlo. ¿Qué signos encontramos, tanto nosotros como otros que no le conocen, hoy? Es, seguro, la historia de la fe de muchos de nosotros.

Jesucristo les cambió la vida a los magos y esto provocó que se marcharan por otro camino. Su vida ya no fue lo mismo. Cuando nos encontramos con Él, le descubrimos; en nuestra vida todo empieza a transformarse y tomamos otro camino: el de vivir cristianamente. Algo razonable y coherente que nos reconcilia con la naturaleza y con nuestra historia. Todo se transforma para bien y, poco a poco, nuestra vida se salva, va a mejor. Esto no podemos ocultarlo y los demás lo ven y lo notan. Por todo ello, entendemos hoy a san Pablo, en la segunda lectura, anunciando el misterio de Jesucristo, el Evangelio, a todos para que todos puedan experimentar esta misma transformación en sus vidas.

Tenemos que tomar ejemplo de la esperanza de los niños y reconocer en nuestra vida al Único que cumple sus promesas. Pero, para darnos cuenta de ello, tenemos que confiar en Él. Hemos de adorarlo sólo a Él con nuestra vida. Y la forma de hacerlo es confiar en su Palabra y hacer lo que Él nos dice. No dudes en aprender a escucharle a discernir su voluntad. Y, en ese proceso, la Iglesia es la única que te puede ayudar. Acude a tu Iglesia y a los recursos humanos y pedagógicos que te ofrece. Y verás cómo el Señor cumple sus promesas.