Leyendo un artículo de un conocido periódico el otro día, reflexionaba sobre la gente de hoy en día y sus problemas más comunes en mi corta experiencia. Entre ellos, el artículo trataba sobre los que denominan los psiquiatras «Códigos-Z».

Las consultas psiquiátricas están cada vez más llenas de este tipo de personas. Es gente normal, sin problemas mentales, que acude al psiquiatra por problemas de la vida cotidiana. No son capaces de afrontar sentimientos como tristeza, angustia, rabia, frustración, impotencia, soledad, odio, agresividad. Sentimientos desagradables, pero que son respuestas emocionales totalmente legítimas y normales a los avatares de la vida. Son los intolerantes al sufrimiento, los perpetuos insatisfechos, incapaces de enfrentarse a problemas corrientes. De estos, estoy habituado a encontrarme en la vida cotidiana.

Y actualmente, en estos casos, la salida más fácil tanto para los médicos como para los personas es tomar antidepresivos. El consumo de las llamadas «píldoras de la felicidad» se ha triplicado en 10 años. Preguntémonos por qué. La respuesta viene ya en la primera lectura de hoy cuando dice: Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mando. El alejamiento, el desconocimiento o la ausencia de Dios en la vida de muchas personas esta provocando un vacío y una desestructuración personal que lleva a una inmadurez o pérdida del norte. Vivimos una sociedad regida por criterios de bienestar basado en lo material, en la que no se permite el mínimo espacio-tiempo imprescindible para elaborar la pérdida, las limitaciones, las frustraciones, las crisis; en definitiva, para asumir o afrontar los cambios internos o externos de la vida cotidiana, una sociedad que pide no solo individuos «sanos», sino también «felices» constantemente.

Los Códigos-Z» son enfermos actuales como los del evangelio. Pero estos, en vez de acudir al Señor para que los cure, acuden a la química, ya sea como pastillas recetadas o como drogas. En vez de acudir a un sacerdote o un amigo de verdad con sentido común, acuden al psiquiatra o al médico de cabecera, y así nos va.

Queridos míos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Esto es más real hoy que lo que ves con tus ojos. Cuántos falsos profetas de la felicidad, la salud, el éxito, la fama, la belleza, la libertad, la autoestima…, están llevando a estas situaciones a las personas. Una vez más, aprendemos de la Palabra de Dios, como discernir lo que realmente me va ayudar en la vida, lo que me hace fuerte, lo que no me va a fallar en el momento que más lo necesito. Es el seguimiento de Cristo, nuestro Señor, el que realmente te puede curar de estas dolencias, el que te salva de acabar así.

Así comienza Jesús su misión y, tal y como lo habían dicho los profetas, encontramos en el pasaje de san Mateo de hoy una descripción del comienzo de su predicación. Es la predicación cristiana que ha llegado y llegará a todos los hombres, para curarnos, para dar sentido y llenar nuestras vidas. Para ser personas realmente sanas.