Es curioso como en un mundo que avanza imparablemente en la tecnología y en el conocimiento de la naturaleza, que hemos mandado una sonda de exploración que navega en los límites de nuestro Sistema Solar, que cada día sabemos más de lo que nos rodea, no supera sus temores, crece el terrorismo y sólo nos sentimos algo seguros aumentando la alerta de las fuerzas de seguridad de nuestros países . Cada día inventamos nuevos sistemas de medición y control de un nuevo peligro, ya sea atmosférico, natural o humano; seguimos teniendo muchos miedos y cada día nos sentimos menos seguros y más desprotegidos. ¿Qué esta pasando?

Los apóstoles lo pasan mal hoy en su travesía del lago y al sufrir dificultades serias tienen miedo y gran estupor. Jesús no es ajeno a ello y acude a ayudarles, pero ellos no han comprendido quien es él y no son conscientes de que puede resolver sus dificultades y, sobre todo, sus miedos. A nosotros también, nos puede pasar lo mismo en algunas circunstancias, especialmente en las pruebas cotidianas. El miedo es una emoción caracterizada por una intensa sensación desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Los apóstoles estaban en peligro, pero el Señor les muestra que no tienen nada que temer porque el peligro desaparece cuando Él está y, nuestra fe, nuestra confianza en Él, nos ayuda a afrontarlo superándolo.

¿Cómo? Nos lo recuerda hoy San Juan en la primera lectura: En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Se tiene pánico a la muerte y uno de los miedos es todo lo relacionado con ella. La mayoría por falta de fe, por creer que no hay nada después o que serán castigados. ¿Cómo se soluciona?

El amor genera confianza y excluye el miedo y el odio. El argumento definitivo de que el amor ha alcanzado su cota más elevada es la esperanza confiada en el día del juicio. El amor excluye el temor; este es reemplazado por la confianza. El amor sólo puede nacer de la plena libertad de los hijos de Dios. El miedo viene de la esclavitud del propio pecado que te aparta de Dios y te esclaviza.

Sólo quien acepta a Jesús como Hijo de Dios, logra una relación de peculiar amistad con Dios que te libera. San Juan la describe con el verbo «permanecer» y esto lo hace posible el Espíritu. Ahora entendemos los miedos de los apóstoles porque tienen la cabeza embotada, por eso no reconocen a Jesús, les falta el Espíritu que recibirán en Pentecostés y que les abrirá los ojos y la mente.

No cabe amor a Dios sin amor al prójimo; o dicho de otra manera: el amor a Dios pasa necesariamente por el amor al prójimo que se convierte así en signo y sacramento de aquél. Si lo vivimos superando las bellas palabras en nuestros actos y obras diarias, crecerá nuestro amor a Dios en autenticidad y permaneceremos en la amistad con Él. Amistad que nos salvará de nuestros temores expulsándolos de nuestra vida, hasta el de nuestra muerte.