imageEl hispanista Thomas Mermall escribió un libro de memorias que denominó «Semillas de gracia», un título, por cierto, muy hermoso para referirse a la vida propia. Cuenta cómo en la época de la persecución nazi, una familia de campesinos húngaros acogió en su casa al padre de Thomas y al Thomas niño, poniendo en serio riesgo la vida de los miembros de aquella casa. Escribe Mermall, «nos pasamos la vida tratando de analizar la naturaleza de los criminales, cuando el enigma que debería maravillarnos es de dónde nace la fuerza para ser bondadoso».

El alma del hombre es un bidón de metal lleno de materiales de construcción, hay mucha posibilidad de hacer el bien con ese instrumental, una basílica entera llena de belleza, de cuadros de Rubens y columnas policromadas, incluso podemos perdonar cuando nos injurian, nos insultan o nos mienten. Pero nadie es capaz de perdonar una ofensa de raíz, es territorio vedado. Cuando perdonamos, propiamente no eliminamos el mal que nos han hecho, sino que, por decirlo de forma entendible, miramos para otro lado, una especie de «de acuerdo, olvidémoslo y volvamos a la serenidad». Los hombres nadamos en un mar de misterios, la incomprensibilidad del dolor, la incapacidad para controlar la naturaleza, la muerte, la vejez. Se nos escapa nuestra identidad porque somos un misterio, entonces, ¿cómo podríamos tener la capacidad de ir a las fuentes del mal y sellarlas?

Por eso, Cristo irritaba a los próceres de la época. En todos sus gestos había una autoridad divina, se mostraba como si verdaderamente el Dios de Israel hubiera descendido para cenar con los hombres, perdonar, sanar, poner las cosas en su sitio. En el Evangelio de hoy pone al mismo nivel su capacidad de perdonar los pecados y la de curar a un paralítico. Es su forma de decirnos, «si te vienes conmigo irás más allá de la bondad, te arrancaré la muerte, el dolor lo llevaremos a medias, te soplaré en las heridas de las angustias cotidianas, te daré un corazón nuevo, te quitaré esa culpa maltratadora, te iré imperceptiblemente sanando». La apuesta es tan fuerte que en el corazón del hombre surgen reticencias. A veces deseamos ser sólo bondadosos y no complicarnos más la vida con el Señor y su gracia, ya pasó en la época del Señor y también ahora.