Libro de los Reyes 8, 1-7. 9-13

Sal 131, 6-7. 8-10  

San Marcos 6, 53-56

 

Igual que Adán y Eva, queremos ser como dioses y estar en todas partes, pero realmente hay que estar donde hay que estar que, a lo mejor, no es el sitio que nos parece más “urgente” aunque sea el más necesario.

Salomón piensa: “El Señor quiere habitar en las tinieblas; y yo te he construido un palacio, un sitio donde vivas para siempre.” ¡Qué pretencioso es Salomón!, se ve que se le dio la sabiduría pero la humildad la olvidó por el camino. De la casa de cedro que le iba a construir su padre David al Señor él ha hecho un palacio que deslumbrará a la reina de Saba, pero Dios no necesita de ese templo, no le es necesario.

Somos tan “necesarios” como el templo de Salomón, “un sitio donde vivas para siempre” y del que unos años después no queda piedra sobre piedra. Sin embargo para cada uno de nosotros sí es necesario el Señor, nosotros somos su verdadero templo pues la segunda persona de la Santísima Trinidad quiso hacerse hombre y por esto Jesús no se cansa de atender a todos “en la aldea o pueblo o caserío donde llegaba” pues él mantiene en pie nuestra vida. Si no pasas la I.T.E. (Inspección Técnica de Edificios) de tu alma empezarás a resquebrajarte, aparecerá una pequeña grieta, una piedrecilla que se desprende, una tubería que se atasca y tu vida que es “templo del Espíritu Santo” acabará como el templo de Salomón, no quedará piedra sobre piedra.

A lo mejor (a lo peor) un día te levantas y encuentras que tu vida no tiene sentido y no descubres a Jesucristo en tu interior (no es un caso raro, conozco a muchos) y te preguntarás “¿Por qué?, si he gastado mi vida trabajando…”, pero has trabajado para ti- aunque sea en nombre de Dios-, y no has estado donde tenías que estar, no has bebido donde tenías que beber, te has cansado mucho pero en balde.

María no dejará que eso ocurra. Trátala de cerca y verás que te indica dónde está la mansión del Señor.