Durante nuestro caminar cuaresmal el Señor nos va conduciendo hacia una conversión más profunda y sincera. Cada uno, en las prácticas propias de este tiempo, irá descubriendo cosas nuevas. Dios nos conduce con mano firme y misericordiosa. Una ayuda no poco preciosa es atender a las lecturas que cada día nos propone la liturgia de la Misa.

En la primera lectura Dios promete su perdón al que se arrepiente de sus faltas y comienza a practicar la justicia. La enseñanza del profeta, además, indica que Dios juzga a cada hombre según su comportamiento y que no desea la muerte del pecador sino que se convierta y que viva. Es decir, nos encontramos con que el deseo de nuestro bien, de nuestra salvación, es precedido por el deseo de Dios. El quiere nuestra vida, nuestro bien. Lo quiere porque nos ama. El amor de Dios es el marco que nos invita a vivir con confianza este tiempo de Cuaresma. Así descubrimos que la nuestra no es una lucha imposible, sino que todo esfuerzo que hagamos viene acompañado y sostenido por Dios. La certeza de ese amor debe movernos a seguir avanzando.

Puede suceder que, cuando empezamos a caminar, si llevamos tiempo sin hacerlo, nos cueste un poco. Quizás al principio solo podemos dar unos pequeños pasos. Pero no hay que desanimarse. Es un avanzar hacia quien nos espera. De hecho él ya está a nuestro lado, pero nos cuesta reconocerlo. Conforme vamos descubriendo su presencia y su persona nuestro caminar se va a ir haciendo más seguro y avanzaremos con mayor agilidad. La lucha contra el pecado que hay en nosotros conlleva un esfuerzo pero, al mismo tiempo, nos produce consuelo. De hecho vamos viendo la buena obra que Dios realiza en nosotros. La lucha ascética no deja de ser un abrir espacio a la gracia para que obre maravillas en nosotros.

En el evangelio de hoy, además, encontramos una indicación concreta. Nuestro volvernos hacia Dios debe ir acompañado de un tratar mejor a los demás. Por una parte Jesús nos ayuda a comprender mejor el alcance del mandamiento “no matarás”. No se reduce a quitar la vida. Hay muchas formas de atentar contra el otro y Jesús señala tanto la pelea como el insulto.

Esta enseñanza y la siguiente, en la que Jesús indica que hemos de reconciliarnos con nuestro prójimo si lo hemos ofendido antes de llevar nuestra ofrenda al altar, nos llaman a ser más delicados con los demás. Y, sobre todo, a darnos cuenta de que la verdadera vuelta a Dios conlleva un amor más sincero a cuantos nos rodean. La relación con Dios no se puede separar de la relación con los demás. Así, uno de los frutos que podemos esperar de la Cuaresma es que a nuestro alrededor mejore el clima de afecto con los demás. Acercarnos a Dios nos va a ayudar a querer mejor a nuestros hermanos y, al mismo tiempo, crecer en el afecto a los que nos rodean, vencer las rencillas, perdonar las ofensas, reconocer lo que hemos hecho mal, … nos va a permitir descubrir mejor el amor de Dios.

Así hoy se nos abre una nueva perspectiva. ¿Qué puedo hacer en esta cuaresma? Una de las cosas es revisar de qué manera trato a los demás y cómo puedo quererlos mejor. Quizás no nos parece especialmente fácil por nuestro temperamento, porque el trato está enrarecido,… pero no olvidemos que el amor de Dios nos precede. Con su ayuda todo puede cambiar.