En el camino de Galilea a Jerusalén, probablemente en su última peregrinación a la celebración de la fiestas de Pascua, Jesús está acompañado de una gran comitiva. Muchos le siguen desde Galilea entusiasmados por sus palabras de vida y cautivados por su poder de curación, de liberación y de autoridad sobre la naturaleza. Todos creen que ante tales prodigios se ha cumplido la profecía y al llegar a Jerusalén, los principales del pueblo no van a tener otro remedio que declarar a Jesús como el verdadero Rey -Mesías. De hecho, muchos se están preparando para recibirle a las puertas de la ciudad entre «cantos y hosannas».  La madre de Santiago y Juan así lo espera, y viendo que sus hijos han sido de los primeros en seguir a Jesús, se acerca a él para hacerle una justa reclamación: que sus hijos pasen a ser las personas de confianza -sus mano derecha e izquierda- en el gobierno del nuevo Rey de Israel. Jesús se anticipa y le pregunta:

«¿Qué deseas?».

Jesús quiere que le pidamos. Pero Jesús no es el genio de la lámpara que cumple todos nuestros deseos, ese no es el Hijo de Dios. Algunos caen en la tentación -como hoy Jeremías- de pensar que Dios ya «no les hace caso», incluso pierden la referencia con Dios porque no encuentran la respuesta que ellos quieren a sus plegarias.  Jesús en el posterior diálogo con  los Zebedeos nos aclara algo más:

«No sabéis lo que pedís».

Dios quiere que le pidamos: «pedid y se os dará» -dijo el Señor. Pero no podemos decirle a Dios lo que tiene que hacer. Ni siquiera los de vista más aguda son capaces de ver más allá de 500 metros y sin embargo Dios contempla el cosmos y todas las interacciones de los hombres. Entonces,  muchas veces pedimos legítimamente evitar dolores, soluciones rápidas, alejar problemas. Es lógico. Otras veces pedimos cosas pequeñas de escala pequeña que no llevan a un mayor horizonte… Soy limitado y contingente, no lo olvido.

Hoy es un buen día para hacer juntos esta oración- pacto:  A pesar de las angustias que sobrevengan, confío en tu Providencia. Señor Jesús que el miedo del sufrimiento no me paralice y siga dando la vida, sirviendo a los que amo y a quien me necesite.