Hoy es un día difícil para compartir y transmitir lo que supone a todo creyente. No es fácil asimilar la Pasión y muerte de Cristo. La razón no tiene amplitud ni capacidad para comprender o explicar esto. Los sentimientos son muy contradictorios y nos llevan en ocasiones a la tristeza. Me acuerdo de pequeño, cuando rezaba con mis padres en la parroquia el Vía Crucis o escuchaba la lectura de la Pasión u observaba los pasos de la procesión del silencio o veía una película en la televisión sobre la Pasión de Cristo, siempre deseaba, y tenía la esperanza, de que alguien iba a intervenir o alguien iba a cambiar de opinión para salvar a Jesús, evitándole un ajusticiamiento tan cruel. Me rebelaba y me preguntaba porque no estaría yo allí para evitarlo. Lloraba incluso cuando comprobaba que al final siempre acababa todo igual. Al final moría crucificado; nadie se apiada de Él, ni tienen misericordia con Él.

Este sentimiento ha ido madurando en nosotros y, poco a poco, con nuestro crecimiento en la fe vamos entendiendo el significado redentor de estos momentos. Yo, también fui creciendo y experimentando el auténtico final de la historia: el Amor misericordioso hasta el extremo, la salvación de la humanidad, la Vida, el triunfo de la resurrección de Cristo.

Es verdad que cuando uno lee detenidamente y medita en su oración la primera lectura de hoy, las lágrimas aparecen y el dolor sanador recorre tu interior. Es la lógica del amor de Dios que te toca el corazón y te das cuenta de lo que te falta para vivirlo así. Es verdad que a mi me ayudó mucho de niño a tener esperanza el que la imagen que veía en las procesiones era la patrona de mi pueblo, la Virgen de la Soledad, la misma que salía con alegría en las Fiestas patronales y tanto la queremos. Y de una manera misteriosa me daba cuenta que el final iba ser feliz, y que todo este sufrimiento, dolor e injusticias, se solucionarían, transformándose para bien de todos.

Amar conlleva también sufrir y sacrificarse por quien amas o por lo que amas. Y en estos momentos es cuando se prueba si amas de verdad. Por ello, necesitamos la ayuda, la enseñanza y el apoyo de quién más sabe de ello, del Señor. San Pablo nos invita en la Carta a los Hebreos a ello, a que nos acerquemos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

Si miramos con los ojos de Jesús, nuestro mundo, podemos ver una escuela permanente para aprender el amor misericordioso de Dios. Así me he ido dando cuenta con las experiencias de mi vida y las que otros me han compartido. Hay demasiadas injusticias a nuestro alrededor y, algunas de ellas, responsabilidad nuestra. Hay dolor, cerca y lejos de nosotros; cuando la enfermedad nos toca o sucede la muerte de seres queridos o  perdemos las ilusiones o sufrimos el fracaso de proyectos vitales o nos enfrentamos a la depresión de los cercanos o escuchamos de tantas guerras o sufrimos la violencia en variadas formas. ¿Miramos como ahora nos mira Jesús? ¿Lo vivimos como Él en el camino de la cruz? ¿Dejamos que el amor de Dios nos sostenga, nos guíe y lo transforme todo en salvación para todos?

El Viernes Santo no es sólo para vivirlo hoy. Hay que aprovechar, interiorizar y asimilar su sentido transformador para que nos ayude en tantos momentos y etapas de nuestra vida: palabras, gestos, silencios, personas, actitudes, miradas, sonidos… El amor de Jesús de estos momentos nos va a salvar en los nuestros y en los de nuestros próximos. Esto es maravilloso y la clave para tantos que se sienten desbordados e impotentes, sin esperanza. Vivir este amor que hoy se nos presenta es el que nos está redimiendo, el que nos esta sacando del hoyo, el que nos protege de perder la Vida. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.