charles-de-foucauld-2“Dame, noche, las convenidas esperanzas/ dame no ya tu paz/ dame milagro” Son los versos de la poetisa uruguaya Ida Vitale. Qué buena es, qué bien cuenta las cosas ocultas. La noche parece que fue diseñada para la complicidad de la conversación tenue. El silencio, la confidencia, el murmullo de lo latente crecen mientras se da la noche. Todo se expresa a su manera, díselo al tráfico, que tiene naturaleza de exasperar y en él solo sobrevive el más fuerte. Pero en la noche, que guarda sus pájaros para el día por llegar, sólo el más atento la conoce. La noche es el medio divino por antonomasia.

Si en el Parto de Belén nos visitó el Sol que nació de lo Alto, aparece con la Resurrección un Sol en plena noche. Una aurora boreal inadvertida que tuvo lugar en un momento de la historia y que aún ilumina a esas almas que buscan en la noche. Quizá todos llevemos en el pecho la memoria de la resurrección de Cristo. Todos somos hijos del Big Bang, del que los científicos nos dicen que hay ecos de su estallido. También hay en nuestra alma ecos de aquella aurora boreal que tuvo lugar en Jerusalén. Dios hizo de nuestro pecho un sagrario vacío que necesita ser ocupado por lo más grande.

Así también lo intuyó el beato Charles de Foucauld cuando esperimentó una gran desoilación en el desirto. El sagrario vacío era el perfecto espejo de lo que él era: porque también él se sentía vacío y hueco, sin una voz que resonara dentro de sí. Sin Dios todo hombre debería sentir alguna vez que él es como un sagrario vacío, capaz de contener lo mejor y sin embargo carente de eso tan querido y sagrado.