La Iglesia reconoce en todos los hombres y en todos los tiempos un deseo de conocer la verdad. Ese deseo ha impulsado desde siempre ha ir más lejos y a entender el sentido de la propia existencia y del mundo en que vivimos. De forma espontánea los hombres han entendido que la verdad definitiva sólo se encuentra en Dios. Es por eso que, desde siempre, la religión ha acompañado al hombre. Por eso, podemos también decir, que todos los hombres tienen en su interior una disposición que conduce a Jesucristo y sólo en Él se encuentra la respuesta definitiva en la que todos podemos descansar.

Las lecturas de hoy ilustran este hecho. San Pablo, predicador infatigable que no dejó de ensayar maneras de ganar a los hombres para Cristo, visita el areópago de Atenas. Allí se encuentra con multitud de representaciones de las diversas divinidades, aunque como señaló Benedicto XVI en la Spe Salvi: “El racionalismo filosófico había relegado a los dioses al ámbito de lo irreal. Se veía lo divino de diversas formas en las fuerzas cósmicas, pero no existía un Dios al que se pudiera rezar”. Por decirlo de alguna manera, los dioses paganos ya no decían nada al hombre. Pero, en medio de todos ellos había una estatua dedicada al “dios desconocido”, es decir, a ese Dios que aún había de manifestarse y en el cual se pudiera encontrar la repuesta al anhelo que no acababa de apagarse en el corazón de los hombres.

San Pablo parte de ese hecho para construir su discurso misionero. Lo que aquellos hombres aún no conocen, pero están abiertos a reconocer si se muestra, es lo que él ha venido a comunicarles. A pesar de que obtiene poco éxito, porque la gente lo abandona en cuanto oyen hablar de la resurrección de los muertos, ese aspecto de la vida paulina ilumina el presente. Porque también hoy hay personas que dicen que “algo ha de haber” y que no dejan de reconocer la insatisfacción en la que viven por no haber conseguido la respuesta adecuada. Nosotros conocemos al que buscan: Jesucristo.

Por otra parte, en el Evangelio, Jesús nos habla del Espíritu Santo. Lo hace esta vez bajo el aspecto de la Verdad. Dice: “cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena”. Aquí se nos muestra como el hombre precisa de una iluminación para reconocer lo que busca. El Espíritu Santo la concede. Pero en el hombre hay una apertura a la verdad, porque si no la fe actuaría en contra del ser del hombre, y no es así. Él nos lleva hasta la plenitud de la Verdad. Aunque las palabras de Jesús se dirigen a los apóstoles y parecen referirse a una comprensión plena de la revelación me parece que también pueden usarse en el sentido señalado.

Por eso hemos de invocar al Espíritu Santo para que la semilla de verdad que hay en el corazón de todos los hombres no se apague, y también para que no dejen de haber misioneros que como san Pablo les den a conocer a Jesucristo, que es la Verdad. También hemos de invocarlo para que nos conceda a todos nosotros un conocimiento cada vez más pleno de la fe que se nos ha concedido.