“Y por ellos me consagro yo.”

¡Qué potencia tiene esta palabra para nuestra vida! Jesús está a punto de ser entregado, la cena ha terminado, se queda a solas y reza a su Padre. Grita y Juan le escucha, guarda lo que oye. Son las últimas palabras de Jesús en libertad. Es la oración del que sabe que ha llegado el final. Y Jesús se pone con toda su energía en los brazos de la voluntad de Dios. La oración sacerdotal de Jesús recogida en el capítulo 17 de san Juan es la expresión más elocuente de cómo debe ser el diálogo del Hijo con el Padre en la eternidad.

“Y por ellos me consagro yo.”

¿Cómo rezas a Dios por las personas que te importan?  Seguro que también dices como Jesús al Padre: cuídales, custódiales, llénales de ti, guárdalos de todo mal, que sean felices, con salud y alegres… Pero Jesús pide algo más al Padre por todos nosotros… Jesús pidió nuestra perfecta unidad en el amor, pidió alejarnos de “lo mundano”: riñas, envidias, vanalidad, pendencias, ambiciones, pugnas de poder, murmuraciones, mal humor,… y alejarnos de esos ídolos que tanto se desean pero que ni salvan ni te dan la paz. Jesús sólo quiere que disfrutemos del gozo del bien y no caigamos por el plano inclinado de lo perverso.

“Y por ellos me consagro yo.”

¿Qué podemos hacer por las personas que amamos? Sin duda darles lo mejor que tenemos: nuestras ideas, pensamientos, aliento para vivir, inspirar fortaleza, dar seguridad o cuidado, dar atención o cariño, palabras de verdad, certezas para vivir, compañía, soportar sus debilidades, tranquilizar sus ánimos, compartir sus alegrías y penas, etc. Jesús nos ha dado todo eso y mucho más. Pero sobre todo nos ha dado un regalo enorme: su Palabra. Es la lámpara para nuestros pasos, la brújula más certera para el camino, la semilla que siempre da fruto, la perla más preciosa. Ya lo dijo Pedro: “¿a dónde vamos a ir si tú tienes palabras de Vida eterna?”. No lo dudes, no hay regalo más grande que puedas hacer a alguien que darle las palabras de Jesús. Él lo ha hecho por nosotros, nos ha dado la Palabra de la Verdad.  Ha llegado el día en que muchos niños, jóvenes, compañeros de trabajo, familiares o vecinos, han dejado de conocer las palabras del evangelio. Sólo conocerán a Cristo por el evangelio vivo de nuestras personas. Por eso, como Jesús nos pidió entonces, es hora de consagrar  nuestras vidas como ingenieros, asistentes de casa, médicos, periodistas, jubilados o estudiantes, etc., a esta misión preciosa de ser “Jesús vivos”, “palabras vivas de Dios” para los demás… Ahí tenemos el mundo. Muchos nos necesitan.