«Apacienta mis ovejas»

Tres preguntas, tres respuestas y tres mandatos. En el contexto del último diálogo de Jesús Resucitado con Pedro antes de la Ascensión, esta conversación entrañable aparece como un contrapunto al momento de las tres negaciones de Pedro en la Pasión. Todos los intérpretes cualificados de la Escritura lo señalan.

Las tres preguntas de Jesús obtienen sendas respuestas de Pedro. Pero no son todas ni preguntas iguales ni respuestas iguales. Al escucharlo en el original griego aparece una gran novedad. Jesús en las dos primeras veces le pregunta al apóstol que si le «ama» (agapas me = si le ofrece su existencia, se confía a él, está dispuesto a dar su vida por él, etc.); pero Pedro le responde que «le quiere» (filo se = te tengo afecto, te tengo cariño, quiero gozar de tu compañía,… ). El amor que Jesús le reclama a Pedro no está en el mismo nivel del ofrecido por el apóstol. Es lógico: la vergüenza por la traición realizada, hace que Pedro no se sienta capaz de afirmar su amor con total fidelidad y entrega hacia Jesús. Por eso, al menos, le asegura todo su cariño y el deseo de tenerle siempre cerca, como hermano, gozando de su amistad, como el más querido de los maestros. Por eso Jesús en la tercera pregunta rebaja el tono y le dice: «Pedro, [al menos] ¿me quieres?».

¿Por qué hace esto Jesús? Quizás para enseñarnos que al final, no nos pide más de lo que podamos dar. O como dijo con la parábola de los talentos, nos pide sólo lo que Él mismo nos ha dado pero con sus frutos.

«Apacienta mis ovejas»

Jesús responde a su triple interrogatorio con un mandato firme y cariñoso. Pastorea, apacienta mi ovejas. En el original griego escuchamos casi un diminutivo de ovejas, «mis ovejitas». No es baladí. Al principio, Jesús enamora al Pedro pescador haciéndole capitán de una nave mayor: «serás pescador de hombres». Ahora, ya maduro, le pide que acoja el cayado del Buen Pastor. Como pasando el testigo y la responsabilidad de la grey congregada por Jesucristo. Jesús vino a reunir a las ovejas descarriadas de Israel, a apacentar a los que andaban como «ovejas sin pastor». Esas son «sus ovejitas»: las descarriadas, las que se van del rebaño y se pierden, las errantes, las desorientadas, las descuidadas, las sucias, las pequeñas, las imperfectas, las que dan poca lana, las que nadie quiere en su rebaño… Y se las confía a Pedro junto con los corderos: la parte del rebaño que va a escuchar la voz de Dios y la va a seguir con fidelidad.

«Apacienta mis ovejas»

Es una preciosa palabra para vivir toda la vida. «Apacentar» es cuidar al otro, vigilar, poner atención en el otro, custodiarlo, defenderlo de los peligros, tenerle en consideración, cubrir al otro en su necesidad, curarle en su heridas, liberar sus pesos… Una persona que apacienta no pasa de los demás, no es indiferente ante el dolor o la alegría del otro, es más, desea orientarle y llevarle a un estado mejor. Apacentar es hacer fácil la vida del otro. Que el otro sienta en ti seguridad y cobijo, que te sienta como un bálsamo. Las madres, los papás saben mucho de apacentar, ¿verdad? Hoy es un buen día para ver a los demás como tu rebaño: en casa, en tu trabajo, en el viaje del autobús, en la clase, en la asociación o movimiento, en la parroquia… Fíjate en esas «ovejitas» que son de Dios y que te las ha confiado en el camino de tu vida. Hoy es un buen día para cuidarlas así.  Y cuando al final de tus días oigas que Cristo te dice: «sígueme», irás contento por haber vivido una vida plena, llena de frutos.