El catorce de Mayo toda la Iglesia celebramos la fiesta del apóstol San Matías. Su persona y su figura es de gran significado para todos nosotros.

¿Qué podemos decir de San Matías por el testimonio de la Escritura? Para empezar, él no fue llamado personalmente por Jesús para formar parte del colegio de los apóstoles. Sencillamente fue un discípulo entre otros, pero eso sí, un discípulo fiel y privilegiado. Fiel, porque -como dice la lectura de los Hechos- estuvo al lado del Señor durante toda su vida pública: desde su bautismo en el Jordán hasta su Ascensión al Cielo. Privilegiado, por haber podido seguir de cerca el camino terrenal del Hijo de Dios y  ser testigo ocular de su resurrección. Parece cumplirse en él aquella promesa de Jesús: «quien es fiel en lo poco, será fiel en lo mucho».  Y Dios en su providencia le va a confiar algo inmenso: pasar a formar parte de los Doce.

¿Cuando ocurrió su elección? Curiosamente vamos a vivir su fiesta en el intervalo preciso en que la Tradición nos lo presenta. Es decir, su elección se produjo después de la Ascensión y antes de la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Providencialmente este año coincide que es así. La Iglesia, antes del pistoletazo de salida de la predicación apostólica por cada rincón de la tierra, para erigirse, necesitaba del cimiento, del pilar de un apóstol más. Quizás los apóstoles entendieron que no podían recibir la efusión del Espíritu Santo con la sede vacía de Judas Iscariote.  La Iglesia necesitaba estar completa para recibir el Espíritu Santo que habitaría en ella y formar la nueva Jerusalén de las doce puertas abiertas hacia todos los ángulos del mundo. Pedro entonces tomó la decisión pero habría que elegir entre «un tal José» y Matías.

No podía ser entonces un cálculo humano, ni una estrategia, tenía que ser el fruto del deseo de Dios, de una nueva elección de Cristo, por eso invocaron la sabiduría y el conocimiento de Dios para que les hiciera saber, echándolo a suertes (como se había hecho en otros episodios del Antiguo Testamento), quién debía ocupar el puesto desierto de Judas. Dios hizo mostrar en el «azar» su voluntad. Y donó a la Iglesia de todos los tiempos su regalo. Pues eso es lo que significa el nombre de Matías, «regalo de Yahveh».

¿Cómo podemos llevarle hoy en nuestro corazón? Muchos le han llamado el apóstol de la humildad. Es el recompensado por su fidelidad al amor de Jesús. «Permaneced en mi amor», puede ser el sello evangélico de San Matías. No por nada se proclama hoy este evangelio. Jesús siempre recompensa con generosidad el amor perseverante. Amor en humildad, en segundo puesto, como María. Hoy es una buena oportunidad para vivir así.

Como decía San Ambrosio, hay tres formas de ser humilde: la primera por aflicción, la segunda por la cosideración de sí mismo y la tercera por devoción a nuestro Creador. San Matías tuvo la primera por sufrir el martirio, la segunda por sentirse el último de los apóstoles, y la tercera por saber que sin Jesucristo no era nadie, al que siguió desde que lo conoció. Quien vive así, como San Matías, es capaz de cubrir el mal con el bien, llenando el vacío que deja el pecado y sus consecuencias.

Glorioso San Matías, intercede por nosotros. Amén.