Hoy comienza de nuevo el tiempo ordinario, pero no olvidemos que seguimos dentro de éste año tan especial del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Este Jubileo hace que el tiempo ordinario recobre una dimensión extraordinaria.

Hoy el Evangelio nos presenta el caso de un padre con un hijo muy enfermo, “endemoniado”. Una primera asociación rápida que puede surgir en nosotros es pensar, que el premio a una fe verdadera es la curación del hijo. Jesús habla de que “todo es posible al que tiene fe”, por lo tanto también pedir una curación. Pedir la curación de un ser querido es muy lícito, pero ¿qué sucede sin embargo cuando pedimos con fe y la persona por la que pedimos no se cura? ¿Es porque aun dudábamos? ¿Es que nuestra fe aun no es suficientemente fuerte? Pero aquí se ve que también el padre duda: “tengo fe, pero dudo; ayúdame”, pero aun así Jesús le cura. ¿Entonces?

Personalmente creo que ese “todo” al que se refiere Jesús se podría traducir con las palabras: “todo lo que te pase en la vida, lo vas a poder superar con la fuerza de la fe”.

Si el hijo de aquel padre hubiera muerto, no significaría que a Jesús no le importase ese padre o que la fe de ese hombre hubiera sido demasiado frágil, sino que le hubiera dado la fuerza para levantarse poco a poco de ese dolor y de esa pérdida.

También creo que ese “todo” tiene que ver con la promesa de Dios, que se expresa en tantos lugares de la Biblia, como por ejemplo en el profeta Isaías 49: «Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob, y de hacer volver los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.» (…) Así dice Yahveh: En tiempo favorable te escucharé, y en día nefasto te asistiré. Yo te formé y te he destinado a ser alianza del pueblo, para levantar el país, para repartir las heredades desoladas, para decir a los presos: «Salid», y a los que están en tinieblas: «Mostraos».

Dios nos pide sobretodo que creamos su promesa sobre nuestras vidas, aunque “ser luz de las gentes”, “levantar el país” o liberar las personas que son presos reales o que se sienten presos internamente, sea algo que supere por entero nuestras fuerzas o nuestras miras. Por qué caminos se lleve a cabo esa promesa ya es cosa de Dios. La promesa de Dios puede hacerse realidad por caminos de fracaso, lucha, enfermedad, hasta incluso de muerte, pero lo importante es pedirle que nos mantenga la fe firme aun en medio de las dudas humanas que puedan surgir. Una vez escuché una frase al respecto, que me marcó mucho: Solo el que intenta creer verdaderamente también duda. Quien se intente embarcar en este “sueño” o promesa de Dios pasará por muchas dudas, contradicciones, porque se trata de “caminar sobre las aguas” como Pedro, ir por un terreno que uno no controla, por un camino divino, donde para ganar hay que saber perder a veces y donde solo muriendo se da Vida.

Jesús comprende que dudemos. Jesús no nos promete un camino lleno de éxitos, sin dolor ni enfermedades. Pero Jesús sí que nos pide que nos creamos la forma en la que él nos mira y que nos pongamos en sus manos para poder ser esa “alianza del pueblo”, alianza en mi familia, en mi lugar de trabajo, etc.