Los enfrentamientos y los conflictos no les gusta a nadie, pero se dan en la vida. A veces porque son inevitables y otras porque los provocamos nosotros o los otros. Todos queremos vivir en paz y poder compartir nuestra vida en paz y armonía con personas amigas y en confianza. Pero, nos hieren y herimos. Ofendemos y nos ofenden. Surgen disputas, desencuentros y problemas que nos alejan de las personas y nos dividen hasta incluso llegar a convertirse amigos en enemigos. Nuestros pecados son el origen de ello.

Jesús nos invita a ser mejores; mejores hombres, mejores mujeres, en definitiva, mejores cristianos. Y, para ello, hay que afrontar las disputas y enfrentamientos con los demás, hay que buscar solucionarlo, hay que reconciliarnos con los demás y con nosotros mismos. No podemos escondernos o resignarnos a que «esto es así y no podemos hacer nada» o «que somos humanos» como si no en nuestra naturaleza estuviera que no se puede solucionar. Es peligroso dejar que pase el tiempo con problemas pendientes con los demás, con nuestros hermanos ¿Que piensa nuestro Padre del cielo de ello? Él es justo con todos.

También somos testigos de tensiones y problemas entre los demás ¿Qué hacemos para evitarlos? ¿Qué hacemos para ayudarles a reconciliarse?

El tiempo es finito para nosotros y es lo que tenemos para ofrecer nuestra vida. Y una ofrenda es esforzarse, luchar, ceder, ser misericordioso, perdonar, sacrificarse para resolver el problema con el hermano. Es lo que Dios nos pide y parte del camino evangélico para seguir a Cristo. Sabemos que lo mejor siempre es resolverlo lo antes posible. si no, cada vez será peor y más difícil de arreglar. Ser hermanos es el auténtico servicio a Dios y Él nos ayuda en ello. Hagamos de nuestra vida una ofrenda para amar cada día más, como Jesucristo ama, y no hagamos lo contrario o esperemos a que sea demasiado tarde.