Dios nos habla y busca la manera mejor de comunicarse con nosotros. Pero nosotros no siempre queremos hablar con Dios, no queremos escucharle. En nuestro camino de cristianos vamos aprendiendo a como escucharle y, sobre todo, a querer hablar con Él. Hoy en la primera lectura Dios quiere hablar a Elías y le pide que vaya al monte para ello. El monte es un lugar especial, donde el Señor siempre nos habla y nos comunica algo importante: el Monte Tabor, el sermón de la montaña, «subió a un monte y dijo»… Simboliza el camino y el esfuerzo de subida en nuestra vida que todos tenemos que hacer para comunicarnos con el Señor. Es la decisión de nuestra voluntad de escucharle. Es el actuar porque tenemos interés verdadero en lo que Dios nos dice. Es el moverse de situaciones y «posturas» cómodas, para ponerse en el camino de la acción salvadora.

Y una vez que subimos al monte, que buscamos el encuentro con Él, descubrimos como Elías, que Dios nos habla, no a través de poderosas manifestaciones de este mundo, sino desde lo insignificante, desde los pequeños detalles (el susurro de una brisa suave) y le comunica al profeta algo tan importante como quien tiene que ungir como rey de Israel. Por eso, nos desanimamos en la oración y no maduramos en la escucha del Señor. Porque esperamos de Dios grandes prodigios y efectos especiales a través de lo superficial de los sentidos para que nos diga algo. El Señor no es como nosotros, no se guía por las normas, modas o dictámenes de este mundo. No es predecible o borrego, como a veces actuamos nosotros. Él, si quiere escucharnos y estar con nosotros de verdad, y no pierde el tiempo en vanalidades ni conversaciones absurdas y vacías.

Esto es por lo que nos pide «subir al monte», para dejar «abajo» lo superficial y lo vanal y entrar en la profundidad de la intimidad de nuestro ser, de nuestra persona, donde acontece lo importante de nuestra vida (todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón). Ahí quiere hablarnos y sacarnos de nosotros mismos, para buscar su rostro en los demás. Fíjate en las pequeñas cosas, estate vigilante, no bajes la guardia y elimina o aparta todo lo que te puede perjudicar o desviarte de tu «subida al monte». Ya, en nuestro interior, hay que rechazar la tentación y vivir lo que el Señor nos dice.