En el evangelio hay veces que el Señor lanza una invitación. Pero hay otras veces que el Señor no invita sino manda. Ayer nos mandaba pedir vocaciones: ¡Rogad al Dueño de la mies! Hoy a los discípulos les manda evangelizar: Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos.

Evangelizar no es optativo para el cristiano. Es un mandato que nace del mismo corazón de Dios: Anunciar la buena noticia de la Salvación. Ahí está el poder transformador de Dios en medio del mundo. San Pablo se lo repetía una y otra vez: Ay de mí si no evangelizara.

En el mundo en que vivimos hay una saturación de información. Continuamente nos bombardean con noticias de todo tipo… La Buena Noticia no es una información más. Las noticias informan mientras que la Buena Noticia no informa sino que transforma.

El mundo de hoy necesita ser transformado y esta transformación sólo la puede hacer Cristo. Hemos de hacer presente a Cristo para que transforme este mundo. De lo contrario viviremos el movimiento opuesto. Si no cristianizamos el mundo al final acabaremos mundanizando el cristianismo. Por eso el mandato del Señor: Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. No hay que esperar más plenitud, no hay que esperar otra salvación: solo salva Cristo y este ya ha llegado.

El cristiano es misionero por naturaleza. ¡No lo olvidemos! Somos misioneros y la Iglesia nos envía en nombre de Jesús. Lo que el Papa Benedicto XVI encomendaba a los jóvenes en uno de sus mensajes para la JMJ es clave para nosotros:

Esta llamada misionera es necesaria para vuestro camino de fe personal. El beato Juan Pablo II escribió: «La fe se refuerza dándola» (Enc. Redemptoris Missio, 2). Al anunciar el Evangelio vosotros mismos crecéis arraigándoos cada vez más profundamente en Cristo, os convertís en cristianos maduros. El compromiso misionero es una dimensión esencial de la fe; no se puede ser un verdadero creyente si no se evangeliza. El anuncio del Evangelio no puede ser más que la consecuencia de la alegría de haber encontrado en Cristo la roca sobre la que construir la propia existencia. Esforzándoos en servir a los demás y en anunciarles el Evangelio, vuestra vida, a menudo dispersa en diversas actividades, encontrará su unidad en el Señor, os construiréis también vosotros mismos, creceréis y maduraréis en humanidad.

¿Qué significa ser misioneros? Significa ante todo ser discípulos de Cristo, escuchar una y otra vez la invitación a seguirle, la invitación a mirarle: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Un discípulo es, de hecho, una persona que se pone a la escucha de la palabra de Jesús (cf. Lc 10,39), al que se reconoce como el buen Maestro que nos ha amado hasta dar la vida. Por ello, se trata de que cada uno de vosotros se deje plasmar cada día por la Palabra de Dios; ésta os hará amigos del Señor Jesucristo, capaces de incorporar a otros jóvenes en esta amistad con él.

Pidamos a la Discípula Perfecta, a nuestra Madre la Virgen María, que nos abra los oídos para escuchar la llamada apremiante de la evangelización.