Proverbios 2, 1-9

Sal 33, 2-3. 4 y 6. 9 y 12. 14-15

san Mateo 19, 27-29

«Hijo mío, si aceptas mis palabras y conservas mis consejos, prestando oído a la

sensatez y prestando atención a la prudencia (…) comprenderás el temor del Señor y

alcanzarás el conocimiento de Dios». Cuando San Benito, en el siglo VI, sembró de

monasterios el occidente de Europa, enterró muy hondas las raíces de la que ha sido

nuestra fe durante siglos: oración, oración, oración… «Crux stat dums orbs volvitur».

Aquellos monjes silenciosos que atronaban el cielo con sus plegarias sostenían el

trabajo de tantos otros hombres, las luchas de tantos soldados, los desvelos de tantas

madres… Eran el alma de Europa, y Europa creía en Jesucristo, luchaba por Jesucristo,

amaba y se santificaba por Jesucristo.

No encuentro otra explicación a la crisis de valores que vive en nuestros días este

viejo continente: hemos abandonado nuestras raíces, hemos dejado de sustentarnos

sobre la oración. No me creo que la causa sea, como muchos dicen, el huracán de

materialismo: ni ese huracán ni ningún otro hubiera podido tumbar la casa edificada

sobre roca. Me suena tan falso como cuando decimos que la culpa de nuestros pecados

la tienen los demás, o la fuerza de las tentaciones del entorno. La única causa del

desmoronamiento moral de Europa radica en que los cristianos hemos dejado de rezar;

hemos abandonado nuestras raíces; hemos avergonzado a Benito de Nursia, y a su

hermana Escolástica.

Y, no nos engañemos, el remedio no tienen que ponerlo, principalmente, aquellos que

deciden los destinos del mundo; esa es una forma fácil de liberarnos de una tremenda

responsabilidad; Benito de Nursia no era ni tenía nada que ver con los «grandes»

políticos de nuestros días.

¿Creerás de verdad que el remedio a la crisis de valores que vive nuestra cultura

está en que hoy tú hagas media hora de oración con puntualidad y cariño… y mañana

también… y pasado mañana…? ¿Qué quién eres tú para levantar un continente? ¡Otro

Cristo, como Francisco de Asís, como Benito! Y, aunque no lo creas, por favor…

¡Hazlo! los demás lo necesitamos. Que la Santísima Virgen, cuyos ojos en Fátima y

Lourdes se mostraron llorosos por Europa, infunda en sus hijos el verdadero espíritu de

contemplación.