Isaías 38, 1-6. 21-22. 7-8

Is 38, 10. 11. 12abcd. 16  

san Mateo 12, 1-8

Una de las características del ministerio de Jesús es que se presenta como un nuevo Moisés. Así lo señaló Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret. En el Deuteronomio se había anunciado que llegaría un nuevo profeta reconocible, entre otras cosas, porque su palabra se cumpliría.

En la escena evangélica que hoy contemplamos asistimos a un nuevo enfrentamiento entre Jesús y los fariseos. En este caso la polémica gira en torno a unas espigas arrancadas en sábado. Para los legalistas observantes eso equivalía a trabajar y acusan a los discípulos del Señor. Jesús no busca una justificación sino que acentúa el conflicto al poner como ejemplo al rey David quien, en cierta ocasión, comió de los panes reservados a los sacerdotes para saciar su hambre y la de sus hombres.

Jesús se coloca así por encima de la ley y también del Templo. Benedicto XVI nos ha recordado también que el comportamiento y las enseñanzas del Señor no suponen la demolición de la ley antigua sino su cumplimiento. Las normas dadas por Dios a través de Moisés tenían un valor para el Israel histórico. Los ritos veterotestamentarios no pueden ser menospreciados. Cumplían un papel en la preparación de la venida del nuevo y definitivo Moisés: Jesucristo. Con la Encarnación todo lo que era figura palidece.

El sábado ocupaba un lugar muy importante en la religiosidad judía. Era un día de descanso consagrado al Señor. Ese día no se trabajaba y tenía lugar el culto de la sinagoga. Jesús se presenta como “Señor del Sábado”. Todo lo anterior conducía a Él quien, al estar en el mundo, redimensiona todo el culto y la moral. No se trata de abolir nada sino de mostrar su plenitud.

Al meditar sobre esta escena nos damos cuenta de que en las enseñanzas de la Iglesia hay cosas sujetas al tiempo y a la historia y otras permanentes. Por eso la Iglesia puede disponer normas distintas sobre los ritos pero, en cambio, no varía en su enseñanza sobre los principios morales fundamentales o sobre la esencia de los sacramentos. Pero aún en aquello que es mudable la Iglesia siempre atiende a una realidad que es la presencia del Señor en medio de ella. De ahí que sea muy cuidadosa en todo lo que dispone atendiendo siempre a cumplir la voluntad del Señor. Desde otro punto de vista podríamos señalar que todo lo ritual, al igual que la moral, se ordenan a la vida con el Señor. Por una parte buscamos unirnos a Él y recibir su vida y por otra mostrar nuestra pertenencia a su persona mediante nuestras obras. Todo es cristocéntrico. De esa manera en el corazón de la vida de la comunidad eclesial y de cada cristiano late el Corazón de Jesús y su misericordia.