Génesis 18, 1-10a

Sal 14, 2-3ab. 3cd-4ab. 5  

san Pablo a los Colosenses 1, 24-28

san Lucas 10, 38-42

Aquí, en Europa, y de una manera especial en España, la época estival es “casi sagrada”. Sin embargo, la manera con que la gente se organiza el veraneo ha cambiado con respecto a cómo se hacía algunos años atrás. Ahora se suelen dividir por quincenas, y también los hay que se cogen una “semanita” por aquí, y en Navidades otra por allá… Lo sustancial sigue siendo: Tiempo de vacaciones, tiempo de ocio, tiempo de… ¿no hacer nada?

“El Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor”. No debían de ser precisamente unas vacaciones las que disfrutaba Abrahán, y el “solazo” correspondiente tampoco lo aguantaría bajo una sombrilla junto a una playa del Caribe. Sí que lo vemos, sin embargo, pendiente de aquellos que pasaban cerca de su hogar. “Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo”. Los que vivimos inmersos dentro de un cierto activismo podemos correr el peligro de pensar que hacemos demasiado, y que nuestra compensación es buscar unos días para no hacer nada. ¿Quiénes salen perjudicados? En primer lugar, los que tenemos más cerca de nosotros: “Que el niño no me moleste, que la suegra no dé la lata, que me traigan el refresco correspondiente…”. Todos al servicio de uno, y uno sólo para que le sirvan. Abrahán se reconoce siervo. Siervo de Dios, en primer lugar, y pendiente de los demás para servirles en nombre de Dios.

Una de las cosas que me enseñaron hace tiempo es aprender a descansar con el cambio de actividad: procurar leer ese libro tan interesante que dejé por falta de tiempo, practicar ese hobby que durante el curso es difícil realizarlo (pintura, manualidades…). Y, sobre todo, la familia. Quizás sea este el “deporte” que, tanto en vacaciones como en tiempo de trabajo, uno más descuida. ¿Por qué? En la mayoría de los casos será porque todo se da “por supuesto”. El amor, curiosamente, es el que más cuidados necesita, y el que menos podemos suponer ya realizado. La mujer, el marido, los hijos, los hermanos y hermanas… Para otros (u otras), será la comunidad, los compañeros en el sacerdocio, los feligreses, etc. Todos necesitan de nuestro tiempo, y estamos apremiados a aprender a descansar con y en ellos.

“Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo”. Tener conciencia de que ésta debería ser nuestra actitud en todo lugar y circunstancia nos haría vivir con menos agobios y más pendientes de otros. ¡Sí, libres de agobios!, porque nuestras únicas pertenencias serían, “tan sólo”, lo que debamos a los demás: el cariño de Dios que hay que llevar a tanto corazón cansado… y despistado. Quizás muchos no lo sepan, pero estamos llamados a ser “hamacas bien acolchadas”, para que muchos reconozcan a Cristo a través de nuestras palabras, gestos… o silencios.

¿Descansar?… ¡Por supuesto! Recuerda que, si es importante aprender a descansar en los que nos rodean, mucho más lo es en Cristo. “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”. No se trata de estar encumbrados en lo alto de una “montaña rusa”, experimentando todo tipo de emociones de “alto riesgo”, y después refrescarnos con un buen helado de vainilla, para saber qué es descansar. Me hubiera bastado con ver la cara de Marta ante la respuesta de Jesús, para descubrir la cantidad de tiempo que pierdo por no estar junto a mi Jesús.

Veo ahora el rostro de la Virgen, sereno y henchido de ternura… y su sonrisa también me hace descansar.