La Virgen María es la criatura más bella que ha salido de las manos de Dios. Al pensar en ella nos alegramos por todas las gracias con que Dios la ha adornado. Es por eso que sabemos entender las palabras que hoy escuchamos en el Evangelio. Algunos, temerariamente, las leen como si fuera un reproche que Jesús hace a su Madre, pero no es así.

Dice el Señor: «¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?” Los Padres de la Iglesia incidieron en subrayar que Jesús ponía la relación espiritual por encima de la carnal. San Agustín fue más lejos indicando que por ello María no quedaba fuera de la pregunta ya que ella había concebido por la fe en su corazón antes de recibir al Verbo en su seno. Y cada vez son más los autores que no leen este texto como un dicho antimariano sino que, por el contrario, toman a la Virgen como clave para entenderlo bien.

Personalmente a mí me parece un texto entrañable porque lo leo en el sentido de que Jesús nos dice: Cuidado con mirar a María sólo como mujer, por más excelente que sea, porque lo más admirable que hay en ella es el reflejo de la voluntad de Dios. Todo lo que Dios, desde toda la eternidad había dispuesto para su persona ella lo ha cumplido. Resuena aquí el “Hágase” con que María respondió al ángel. Es decir, la Virgen Madre, abrió las puertas para que el designio de Dios se cumpliera íntegramente en ella. No puso ninguna condición ni actuó con reserva de ninguna clase. Un simple “hágase” que nos conmueve no sólo por lo que la palabra implica sino por la absoluta conciencia con que fue pronunciado.

María no respondió como conformándose porque no había más remedio. Tampoco lo hizo para quitarse al ángel del medio y volver así a sus ocupaciones. Respondió anhelante de que lo que decía se llevara a término. Es decir, anhelaba ardientemente que la voluntad de Dios se cumpliera en ella. Por eso precedió su respuesta con las palabras “soy la esclava del Señor”.

Por eso al escuchar hoy las palabras de Jesús entendemos mejor el misterio de la Anunciación. María es Madre biológica del Señor, pero también por su fe. Es más, en esa fe, vemos como la maternidad divina se extiende sobre todos nosotros. Y así podemos tratarla como hijos. Y es a ella que acudimos para pedirle que nos ayude a ser hermanos de Jesús. Como Él mismo nos pide para ello hemos de cumplir la voluntad del Padre del cielo. ¿Cómo nos cuesta cada día ajustarnos a lo que Él desea para nosotros? ¿La palabra hágase sale pocas veces de nuestros labios? Pero es una palabra maravillosa en la que se condensa la absoluta primacía de la gracia divina y la total disponibilidad del corazón del hombre. Madre, ayúdanos a ser libres como Tú para poder cumplir la voluntad de Dios. Así viviremos como miembros de la familia de los hijos de Dios. Esa familia que nace de la iniciativa de Dios y que nos lleva a todos a tener un mismo corazón. Por eso cumplir la voluntad del Padre es el mayor bien de los hombres.