«Alabaré al Señor mientras viva»
Hoy merece la pena que grabemos en lo más hondo de nuestra alma esta aclamación del salmo 145:
«Alabaré al Señor mientras viva».
Todos hemos sido creados para «alabar a Dios» con nuestras vidas. Dice el libro del Deuteronomio que el mandato más íntimo es «amar a Dios con todas nuestras fuerzas». Amar y alabar a Dios son sinónimos en la conciencia de Israel. Pero esa conciencia no es algo para el pasado, es una mirada revolucionaria de la realidad: todos, creyentes y no creyentes, agnósticos y devotos, fieles o apóstatas….; ¡todos! somos llamados a orientar nuestra vida y poner nuestra confianza en Dios, fuera de nosotros mismos.
Los cinco últimos salmos del Salterio bíblico (desde el 145) empiezan con la aclamación festiva del «aleluya». Y son cantos poéticos de Israel por la victoria de Dios que hace regresar al pueblo de Israel a su tierra después del destierro de Babilonia.
Pero ante todo, es el canto de una victoria mayor: la felicidad es posible. No se encuentra en los seductores «príncipes de polvo» que despiertan nuestros impulsos por consumir o disfrutar más. La felicidad es una decisión por vivir cerca de Dios, unido a él, haciendo su obra. Y la obra de Dios que nos da la felicidad es cuidar a lo débiles, disponerse a ayudar a todo aquel que nos necesite, hacer justicia a los oprimidos, dar pan a los hambrientos,… en una palabra: llenar nuestros días de misericordia y generosidad.
«Alabaré al Señor mientras viva»
¿Cuándo lo vamos a hacer? No es una cuestión para mañana. La felicidad nos espera en el presente aunque la vivamos plenamente en el futuro. La felicidad siempre es un camino y no meramente una meta. Y es el fruto de una vida generosa. El vaso nuevo que modela el alfarero y que fascina a Jeremías es el recipiente capaz de llenarse y de darse. Un vaso que no puede recibir y dar agua al sediento, ¿de qué sirve? Pero el vaso nuevo que puede hacerlo así, da alabanza a su alfarero.
Por eso Jesús nos pide atención para a vivir así, sin perder ni desperdiciar el tiempo, para ser sabios viviendo con esta generosidad permanente. Decía Unamuno en su diario secreto: «estoy lleno de egoísmo, sólo me espera la tristeza«. ¿Cómo podía decirlo si era un triunfador? Tenía una familia maravillosa, muchas publicaciones, era rector de una prestigiosa universidad, y era respetado por todos… ¿Entonces? Unamuno era consciente de que una vida sin generosidad es un plano inclinado y resbaladizo que atrae sólo la desdicha. Es la hora de alabar a Dios y honrar nuestra naturaleza humana siendo personas que dan y se-dan. Como bien dijo el mismo Unamuno:«los hombres generosos dan lo que tienen, los héroes dan su vida y los santos se dan».