Cuando pensamos en Santa Marta, recordamos inmediatamente el pasaje de Jesús del evangelio de Lucas que parece reprender a su amiga diciendo: «Marta, Marta, andas ocupada con muchas cosas…». Como si alabara la actitud de su hermana María frente a ella. De algún modo, en aquella circunstancia pudo ser así, pero su valía como amiga y discípula del Señor es indiscutible.

Tanto es así que Santa Marta no sólo es venerada en la Iglesia Católica sino también en las iglesias Ortodoxa y Anglicana, incluso entre los luteranos es ejemplo de verdadero discipulado. ¡Es una gran santa! Aunque sólo tengamos referencia de ella en el pasaje de Lucas 10 y en el evangelio de San Juan que se proclama hoy.

De su boca nace una de las confesiones de fe más bonitas de la Escritura. Ella, como Pedro, reconoce a Jesús como «Mesías» e «Hijo de Dios». Ella no se esconde, lo dice claramente, afirma la fe. Y lo hace en uno de los momentos más difíciles de su vida, la muerte de su hermano Lázaro. Algunos creyentes ante una tragedia familiar pueden ver tambalear su fe. Este no es el caso de Marta, que en el momento más duro, incluso ante la incomprensión de que Jesús no haya actuado antes curando la enfermedad de su hermano, mantiene la total confianza en Cristo. «Yo sé que mi hermano resucitará en el último día» -dice. Y ante la pregunta de Jesús: «¿Crees que yo soy la resurrección y la vida?», Marta responderá con un grandísimo: «¡Sí Señor!».  Si algo enorgullece a nuestro Señor es ver en el hombre la firmeza en la prueba. Santa Marta es mujer de fe y de firmeza en la dificultad.

Santa Marta  sirviendo a Jesús, en su casa de Betania, es prototipo del perfecto discípulo que en todo sirve y quiere agradar a Cristo. Aunque Jesús le pida también escucharle con la oración, le maravilla ver la disposición laboriosa de Marta. Ella no peca de omisión, con sus actos le dice a Jesús que siempre podrá contar con ella. ¡Qué maravilla de testimonio! De hecho, en la tradición oriental se habla de Santa Marta como una de las mujeres, junto con su hermana, que fueron a llevar el aceite de embalsamar el cadáver de Jesús. Y por tanto, según esta tradición, sería una de esas primeras mujeres en ser testigo de la resurrección.

Si alguien ha experimentado de primera mano las palabras de San Juan «hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él», esa ha sido Santa Marta en su amistad con Jesús.  Ella sí que «ha visto y da testimonio de que el Padre envió a su Hijo  para ser el Salvador del mundo», como lo vio en la resurrección de su hermano. Por eso Marta quedará en la historia como la gran misionera de la primitiva iglesia, portadora de la fe en muchas comunidades de la antigüedad, por ejemplo en Chipre, donde murió.

Hermanos y amigos que leéis estos comentarios, me uno a vosotros para rogar al Espíritu Santo  que nos comunique este don inmenso de la fe, la valentía, la laboriosidad, el testimonio y el amor concreto que manifestó Santa Marta durante su vida como discípula del Señor.