Ayer estuve hablando un rato con Ángel. Ángel es un joven de unos 36 años, deportista, no fumador, no bebedor, decidido a casarse en el abril pasado; pero el día de su cumpleaños, en enero, se encontró algo mal, el diagnóstico no fue certero desde el principio, derivó en una neumonía y han tenido que amputarle las dos piernas y un brazo. No voy a hablar de su ánimo y de su valentía que son excepcionales, toda una gracia de Dios (el otro día le dijo a su madre: Si me dicen que recupero las dos piernas y el brazo, pero pierdo a mi familia, no quiero mi brazo ni mis piernas). Lo que quería contar es que estuvimos hablando mientras estaba en rehabilitación. El rehabilitador, que es muy majo, le estaba dando una paliza impresionante: gira, aprieta. presiona, levanta, aprieta más. En algunos momentos se veía la cara de dolor de Ángel, pero no salía una queja de sus labios pues sabe que ese dolor le está ayudando a hacer cada día su vida más sencilla. Ya es capaz de vestirse solo. Como todos los días tiene rehabilitación el rehabilitador y él ya son amigos. Si uno no le conociese de nada y te despierta un día con los meneos que da al pobre Ángel sería, por lo menos «pa´matarlo.»

-« Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano». Ignoro si yo soy la excepción, pero me sienta fatal que me corrijan. hay varios niveles en ese sentar fatal. El peor es cuando te corrija alguien que no conoces o muy someramente. Es el caso del feligrés que viene un día a Misa y al acabar te dice: «Ha dicho usted que ele concilio de Nicea  fue en el año 787 y todo el mundo sabe que fue en el 325…, ¡a ver si repasamos la historia!» Le miras, te callas y le ignoras, pero te duele que te llamen ignorante. (He puesto este ejemplo aposta, la soberbia nos llevaría a contestarle : «Me refería la segundo concilio de Nicea, so cenutrio») ¡Cuánto más te enfada si tienen razón! Y todos, muchas veces nos equivocamos. También te sienta mal, pero menos, cuando te corrige un amigo y si encima lo hace con gracia mejor. La corrección que mejor te sienta es la que te hacen con cariño. Es importante saber corregir pues, si no, puede pasar como el que no quiere hacer rehabilitación, la situación se enquista y lo que tenía una solución relativamente sencilla se complica enormemente. Los que tenemos alguna autoridad sobre los demás ( es decir, casi todos: padres, hermanos, esposos, sacerdotes, amigos….), tenemos que pedir el don de saber corregir con cariño y huir del no decir nada, del callar o de permitir que florezca la soberbia y en vez de corregir humillemos o ataquemos al otro.

Jesús nos cuenta muy bien como corregir: primero a solas con la persona interesada. Si se obceca en que puede ser un prejuicio mío o que le tenemos manía, llamar a alguien más para que se lo diga. Si sigue empecinado en el error ya se recurre a la comunidad, al juicio de la Iglesia que es Madre y Santa. Y si te hace caso no te olvides de rezar juntos para pedirle al Señor que arregle la situación, ilumine la inteligencia o fortalezca la voluntad del que yerra.

Ninguno estamos libres de equivocarnos, también tenemos que pedir la humildad de dejarnos corregir y agradecerlo.

Por supuesto, cuando una corrección no es hecha por vergüenza o dejadez, o no es bien aceptada, entonces nace la murmuración, la crítica, la maledicencia, las divisiones y hasta los cismas. ¡Qué bueno es que nos corrijan!

Santa María siempre te ayudará a ver las correcciones con espíritu de hijo pequeño, con ganas de aprender; y para las que tengas que hacer te dará lengua de madre. No tengamos miedo a que nos corrijan o a corregir.

Ya de paso rezar algo por Ángel y su familia, seguro que os lo agradecerán.