En mi experiencia en varias comunidades eclesiales, me he encontrado con diversas personas que viven su fe de diversos modos, especialmente entre los que colaboraban en la parroquia. Sus motivaciones por las que colaboraban o los fines que tenían eran muy diversos también. Pero, entre ellos, me han escandalizado o me producen un gran enfado los que persiguen un protagonismo obsesivo, justificando los medios que utilizan y, además, tienen una serie de intereses ocultos egoístas que les lleva a vivir la fe de una manera hipócrita. Este tipo de personas suelen crear mal ambiente en la comunidad parroquial o grupo en el que participan (enfrentamientos, intrigas, murmuraciones, discordias, sufrimiento, etc), produciendo el abandono de la parroquia de los más débiles y el retroceso o descomposición de una comunidad. Se suelen hacer imprescindibles para el colectivo o para el pastor, chantajeándoles y evitando que se les descubra. A veces, desde fuera, son vistas como personas destacadas, creyentes comprometidos y “ejemplares”.

Por ello, ante el peligro de ir mal el progreso de la comunidad cristiana porque no se afronten los problemas que causan este tipo de fieles y ayudarles en su conversión, San Pablo se congratula en la primera lectura de hoy dando gracias a Dios porque «vuestra fe crece vigorosamente y sigue aumentado el amor mutuo de todos y cada uno de vosotros» en la comunidad de Tesalónica.

El mismo daño hacen los pastores acomodados, negligentes o egocéntricos que se han olvidado de su misión de apacentar, enseñar y regir la comunidad cristiana como Cristo quiere. En algunos ideologías extremistas o la imprudencia se convierten en fachadas que ocultan su situación. Son guías ciegos inservibles para poder guiar. De ellos se lamenta el Señor en el evangelio de hoy porque se cierran el reino de los cielos e intentan cerrárselo a los demás.

Con la que está cayendo tenemos que concienciarnos de que la Iglesia no puede dejar de evangelizar y de salir afuera, buscando llevar la buena noticia de Jesucristo a todos, no de mi persona o de mis ideas personales y afectivamente desordenadas, por muy ortodoxo que me crea. Además, en ella estamos los pecadores que caminamos en un camino de conversión. Este es el problema de los dos casos de cristianos que me he encontrado. Si no se madura en la fe, en el amor y en la esperanza, si no se vive una conversión permanente, no nos acercamos a Cristo (que nos abre los ojos) y al final, lo que hacemos, es lo contrario a lo que el Señor quiere, aunque intentemos disfrazarlo.

Nuestro Dios os haga dignos de la vocación, y con su poder lleve a término todo propósito de hacer el bien y la tarea de la fe desea Pablo, porque el fin no justifica los medios, el pecado nunca se justifica y hay que ser humildes para reconocerlo en nosotros y en los demás y pedir perdón y perdonar. Solo renunciando a nuestro “yo”, a nuestro “ego”, que en estas personas puede ser muy grande, y viviendo con sinceridad de corazón el camino de crecimiento en la fe, buscando contar las maravillas del Señor a todas las naciones, se puede evitar o superar esa vivencia hipócrita y falsa de la fe.

Es, en definitiva, que el Señor reine en nuestra vida, en las de todos los de la comunidad, como lo hizo en la de María que llevó en su seno al Rey del Universo. Por eso, ella también es Reina de todo lo creado y nos enseña a como hacer para que Dios también reine en nuestra vida, en nuestra comunidad cristiana.