Jesús encuentra hoy una persona honesta en la que no hay engaño. Llevamos unos días escuchando al Señor denunciar la hipocresía, la falsedad. Frecuentemente, pensamos que todo estaba mal en nosotros, que solo se ve lo malo, y seguimos como norma de vida el refrán “piensa mal y acertarás”. ¡Que error!

Dios nos conoce mucho mejor que nosotros mismos y ve lo bueno y auténtico que hay en nosotros. Jesucristo nos ayuda a encontrarlo y, sobretodo, a valorarlo y confiar en nosotros mismos. Cada vez que creemos más el Él, creemos más en nosotros mismos, porque Él entra más en nuestro corazón y lo va llenando, transformándolo. Así le pasó a Natanael, que identificamos tradicionalmente con san Bartolomé Apóstol, como comprobamos en este pasaje del evangelio.

La verdad que a medida que maduramos en el camino de la vida cristiana nos damos cuenta de la cantidad de bien que hay en el mundo, del bien que hacen las personas. Yo lo experimento cada día y me lo comparten en la parroquia muchos otros. La liberación que Cristo opera en nuestra vida. Esta hace que seamos más sensibles en la caridad y que veamos con finura espiritual las acciones de los demás, apreciando con amor el bien que hacen hasta los más pequeños detalles que pasan desapercibidos. La fe nos ayuda a ver nuestro entorno con realismo, sin el daño que el pecado hace a nuestra vista y entendimiento, sin engaño.

Como el ángel en la primera lectura lleva a la visión de la Jerusalén celeste radiante y luminosa, ciudad de Dios futura de plenitud del reino para nosotros, el camino de la fe nos va abriendo el corazón, el alma y el entendimiento para vivir ya el reino de Dios en nuestras vidas. La honestidad es signo de su ciudadanía. Pero, ¿nosotros somos honestos? ¿Puede decir Jesús lo mismo de nosotros que de Natanael que luego fue su apóstol?

Cerca está el Señor de los que lo invocan sinceramente experimenta el salmista en el salmo 144. No es tan difícil. Creo que es seguir a Cristo como lo hicieron los apóstoles. Es no tener miedo a avanzar en nuestra fe, no tener miedo a hablar de Él. Es ser valiente y esforzarte para crecer más y más en el don que has recibido. Es dejarte transformar por el Espíritu. No dejes de invocarlo, de confiar en Él, de “abandonarte” en Él. Verás como la liberación de la honestidad te mostrará que ese refrán de los hombres es falso, no vale, ni en tu vida y en la de la mayoría. Seamos honestos.