imageSi alguno de los que rezan con estas pequeñas notas al margen del Evangelio, se encuentra en Malta dejándose por sus playas y calles el último tramo de las vacaciones, le recomiendo vivamente una excursión a la capital, a La Valleta, para entrar en su concatedral y ver de cerca el que se considera el cuadro más conseguido de Caravaggio, «La decapitación de San Juan Bautista». No hay por qué añadir que la escena pone de rodillas a quien la contempla, ya que la sensibilidad no es una cualidad que se regale a todos por igual. Pero cuando uno piensa que el Bautista se mereció las palabras más hermosas que pudieran pronunciar los labios de Cristo y le contempla ahora así, prosternado, abatido, con la palidez de la muerte reciente, entonces debería sucederle alguna pequeña conmoción o alguna hemorragia interna en el alma.

«Os digo que entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él». Nadie mayor que Juan, y en el cuadro de Caravaggio está varado, a la altura de las losetas del suelo. Quienes aparecen en la escena, una caterva de mirones de la época, incluida una canastera, miran hacia abajo, donde acaba de cortársele la cabeza al hombre más grande que ahora no se diferencia de un asesino sentenciado. El que porta el puñal lo esconde, y anda a la espera de que el reo se desangre.

Todos los grandes misterios del Evangelio suceden en el suelo. El nacimiento del Señor, Cristo escribiendo en la arena ante la adúltera, inclinado para que no se sintiera juzgada, el lavatorio de los pies, la pecadora que enjuga los pies del Maestro, la oración en el huerto, las caídas del Señor camino del Calvario, el descendimiento de la cruz, que es el camino más atroz y más lento hacia la tierra… Una vida que se entrega enteramente no tiene miedo a tocar el suelo, es el salario con el que el mundo paga a quienes no son del mundo.

La historia de nuestro Señor y la de los mártires, aquellos que aprendieron del corazón del Amigo, no son sucesos de donación, sino personas que se entregaron. Por decirlo de otra manera: no dieron, se dieron. Y cuando uno se da, siempre toca el suelo, más pronto o más tarde.