imageQue la Iglesia canonice hoy a la madre Teresa no es un acto exterior de imposición de birrete de santidad. Hoy no se «convierte en Santa» la santa de los pobres, sino que la Iglesia confirma una existencia vivida en Dios. Y no es para menos. Hay una parte mayoritaria de los lectores de la actualidad que interpretan superficialmente la vida de Teresa como el caso de una titán de la misericordia. «Hay especímenes -dicen- que han nacido con un carisma de entrega y, como son unos colosos, dan lo que tienen hasta que se vacían del todo». Esta interpretación no es de las buenas, créeme. Teresa no era un prodigio de la naturaleza como Alejandro Magno o Mozart. Sus neuronas no estaban codificadas para servir a los más necesitados, cada una de ellas no obedecía al estímulo de la entrega.

Madre Teresa era muy pobre hasta en su dotación natural. En su fragilidad se sentía completamente inútil. No podía iniciar la jornada, y bien que lo dejó escrito y lo hizo saber a sus hermanas misioneras, si no era desde el silencio profundo delante del Señor expuesto en la Eucaristía. Sin ese encuentro, ¿qué encuentros posteriores podrían darse?, ¿qué amor derramaría sobre el alma de los más pobres sin dejar que Cristo derramara el suyo sobre ella? La analfabeta del amor aprendía a leer cada jornada en los textos de Cristo. Allí se alimentaba, en ese silencio blanco y locuente que estaba sobre el altar. Una escritora portuguesa contemporánea dice que «sólo los que leen y escriben saben oír». Cierto, la atención profunda produce una apertura a los otros. Y hay que imaginarse a Teresa atenta, con los ojos vueltos al Misterio, dejando allí los rostros de los más débiles para prepararse a los encuentros.

Dice el apóstol que no es que nosotros hayamos amado a Cristo, sino que Él nos amó primero. Teresa es el exponente más claro de ese orden de amor.

Tú que has decidido vivir de Cristo, ya ves que tampoco eres ningún titán de la generosidad, pero con tus carencias te presentas al sagrario todos los días, con interrogantes, tu media sonrisa, tu colección de bostezos debidos al interés de que la primera hora de la mañana sea para tu Señor. Y así vas dejando que Él te cuente en secreto los amores que siente hacia los demás…