Algunas fiestas recogen en la liturgia de la palabra un texto no bíblico llamado secuencia. Ésta es una composición poética y cantable de la tradición. De todas las secuencias que hay a lo largo del año (Pascua, Pentecostés, Corpus Christi, etc.), quizá encontremos hoy la más conocida y la que más versiones musicales ha recibido especialmente en los últimos siglos. Hoy es día de darle al play y rezar con la música de Vivaldi, Pergolesi o Boccherini:

Stabat Mater dolorosa

iuxta crucem lacrimosa,

dum pendebat filius.

“Estaba la dolorida Madre llorando al pie de la cruz, mientras su hijo pendía”. Es casi la misma expresión que utiliza San Juan (19,25): “Stabat autem iuxta crucem Iesu mater eius”. Junto a la cruz de Jesús estaba su madre.

Los relatos de la pasión de Cristo nos presentan a la Virgen muy cerca de su Hijo, no sólo por su presencia física, sino sobre todo por la unión de amores y voluntades. Ayer celebramos la fiesta de la exaltación de la santa Cruz, el altar en el que Cristo ofreció el sacrificio del Cordero agradable a Dios por el que se nos perdonan todos los pecados. Hoy miramos a la mujer que primero “comprendió” la ciencia de la Cruz. La unión entre madre e hijo, la identificación con su plan salvífico y la obediencia amorosa a la voluntad del Padre otorga a María el título de corredentora.

Ella no redime, sino que es Cristo el único que puede hacerlo, el único que puede enviar su Espíritu Santo y hacernos hijos de Dios Padre por medio de la gracia de los sacramentos. Su madre no es la fuente del perdón, pero sí un cauce por el que nos llega esa gracia. En la Virgen María encontramos una figura de la Iglesia: un instrumento conductor de la gracia.

En el mundo de la electricidad se busca siempre el material que mejor la conduce, evitando su pérdida. En la vida de la gracia no todos conducen la gracia del mismo modo, dependiendo de sus disposiciones y de su docilidad al Paráclito. María es la llena de gracia, quien mejor se identifica con el Señor, quien mejor comprende sus designios. Esa connaturalidad entre María y Jesús la convierte en el modelo por antonomasia de discípula en el seguimiento del Maestro. Pero al ser al mismo tiempo Madre del Salvador se convierte en un cauce salvífico que el mismo Cristo nos ha dado: “he ahí a tu madre”, le dice a San Juan evangelista. Desde ese momento, la discípula aventajada se convierte al mismo tiempo en madre de la Iglesia, de todos los creyentes en Jesús.

Esa maternidad adquiere a los pies de la cruz su sentido más sacrificial por la entrega que hace nuestra Señora de sus sufrimientos y dolores: “Y a ti una espada te traspasará el alma” (Lc 2,35. Antífona de entrada). Ofrece su dolor por las mismas intenciones que lo hace su Hijo. Se une al sentido salvífico de la cruz. Si la muerte de Cristo es cruenta, la muerte de la Virgen es incruenta. Muere el Hijo, pero también muere espiritualmente la Madre. Y de este modo, María es corredentora de la humanidad por los méritos de su obediencia filial, de su sí a la voluntad de Dios.