El corazón de Mateo debía estar en plena lucha. Sólo así podemos entender la rapidez con la que se levanta y lo deja todo. Seguramente ya había oído hablar a Jesús pues eran comunes sus comidas con publicanos. Quizás el modo de hablar y de actuar de Jesús no le había dejado indiferente. Puede que estuviera pensando si hacerse discípulo del Nazareno. Sea como sea la cuestión es que inmediatamente se levantó y le siguió.

Esta es la lógica del seguimiento del Señor: Hic et Nunc, aquí y ahora. Al Señor no se le puede hacer esperar. Cuando Dios irrumpe en mi vida no puedo poner excusas no puedo dejarlo para más adelante. La rapidez en el seguimiento es una constante desde el principio del Evangelio. Ya San Lucas nos cuenta en el inicio de su Evangelio que María, nada más recibir el anunció del Ángel se puso en camino y aprisa subió la montaña para servir a Isabel. Los primeros discípulos le siguieron y según el relato de Juan, fueron, vieron y se quedaron….

El Señor entra aquí y ahora. Hay una enfermedad muy perniciosa en la vida cristiana que es el “procrastinar” es decir, el dejar para mañana, para otro momento… El mejor antídoto para curar esta enfermedad es la diligencia.

San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios cuando presenta la llamada del Rey nos propone una petición que va a la raíz de esta dificultad: Pedir la gracia de no ser sordo a su llamada sino presto y diligente para cumplir su santa voluntad.

Presto y diligente. Estas son las dos cualidades que vemos en el apóstol San Mateo. No lo duda, no procrastina, no lo deja para otro momento, para otro día, para cuando deje solucionado su mostrador de los impuestos. ¡No! El se levantó y lo siguió.

El seguimiento del Maestro implica una vida de amistad con Él. Inmediatamente después Mateo nos cuenta como Jesús entró en su casa y se sentó as su mesa. Su elección dejó descolocados a los fariseos. Jesús realiza acciones sorprendentes pues con la elección de Mateo nos muestra no sólo que se acerca a los pecadores, sino que los elige para compartir una vida con Él.

¡Qué gran lección! Jesús no elige a los capaces sino que capacita a los elegidos.

¡Qué gran esperanza! También a nosotros, pecadores, Jesús nos llama a vivir una vida de amistad con Él. Nuestras miserias, si nos convertimos de corazón, no son obstáculo para la vida cristiana porque El es amigo de publicanos y pecadores.

Jesús ha venido a llamar a los pecadores, no para que sigan en su pecado, sino para que se conviertan y vivan la plenitud. Esa es la Misericordia de Jesús que nos abre un camino de plenitud si dejamos de mirarnos a nosotros mismos y dejamos nuestros mostradores de impuestos y nos lanzamos al seguimiento del Maestro.

¡Que La Virgen María nos conceda su gracia para ser prestos y diligentes ante la llamada del Señor!