Hoy celebramos la memoria de san Francisco de Asís. A rasgos generales podemos recordar como pasó de una juventud algo disoluta (amante de la diversión y de la guerra), a un seguimiento radical de Cristo. También san Pablo, en la primera lectura, recuerda que había sido perseguidor de la Iglesia hasta que el Señor le llamó por su gracia. Entonces el terrible Saulo pasó a ser apóstol y predicador del evangelio.

Hay quien ha llamado a Francisco el juglar de Dios. Y entre las oraciones cristianas algunas muy bellas, como el cántico del Hermano sol, se le atribuyen. Seguramente ya tenía esa sensibilidad artística antes de su conversión. Lo mismo pasa con Pablo. Si, siendo judío, no escatimaba esfuerzos para perseguir cristianos donde fuera, una vez ganado por el Señor, se dedicará a llevar el evangelio a todas partes. Se desgastará, como dice el mismo en algún momento, para que Cristo sea conocido por todos.

Jesús nos llama a cada uno de nosotros sin importarle nuestra psicología ni nuestro temperamento. Lo que la gracia hace es que podamos utilizar nuestra forma de ser al servicio del evangelio. Lo que hay que erradicar es el pecado y, al mismo tiempo, buscar ser dóciles a la gracia.

Creo que esto también nos ayuda a entender el evangelio de hoy. Marta, aparece en esta escena muy ocupada en las cosas de casa. Si nos quedáramos con esta escena pensaríamos que era una mujer hiperactiva. En ese sentido contrasta mucho con su hermana María quien se ha sentado a los pies del Maestro. Pero esta misma Marta es la que, en la escena de la resurrección de Lázaro que narra el evangelio de san Juan, hace una de las confesiones de fe más hermosas: “Yo sé que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”.

Tras la corrección de Jesús, que siempre nace del amor de su corazón misericordioso, no cabe pensar que Marta cambiara inmediatamente de forma de ser. Seguiría entregándose incansable al servicio de los invitados. Seguiría siendo una señora de su casa deseosa de agasajar a quienes entraran en ella. Pero de ese diálogo con Jesús seguro que se siguió una cosa: Marta dejaría de centrarse en sí misma para tener la mirada y el corazón puestos en el Señor. Su energía tenía una nueva finalidad: lo más importante.

Dios nos quiere seamos como seamos. Porque nos ama nos da la oportunidad de ser transformados por su gracia. Nuestra forma de ser nunca puede ser una excusa. Por el contrario, se convierte siempre en una oportunidad. Es, con nuestro modo concreto de ser, como Dios nos elige. Y, después, si respondemos a su llamada, podremos también servirle de esa manera. Unos serán más flemáticos y otros más sanguíneos, los habrá de sensibilidad delicado y quienes serán más toscos. En cualquier caso siempre nos encontraremos con la posibilidad de responder a Dios. Es su gracia, no nuestras fuerzas.

¡Qué hermoso observar la transformación de tantas personas tan diferentes! Al mismo tiempo que esperanza nos da el saber que Dios siempre nos está tendiendo una mano. Lo importante es darse cuenta de que nos ofrece su amor y de que ese amor tiene la potencia para transformar totalmente nuestra vida.