Tradicionalmente el sábado recordamos a la Virgen María. Hoy, además, coincide que el evangelio trata directamente sobre la Madre del Señor. Veamos la escena: Jesús está predicando cuando una mujer, llena de entusiasmo, alaba a María. Se trata de un elogio espontáneo y lleno de sentimiento: “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!”. Aquella mujer estaba viendo la bondad de Jesús. Nunca antes se había encontrado con nadie que hablara como lo hacía el Señor ni que ejerciera un atractivo semejante. Entonces lanza esa exclamación en la que pondera la humanidad de Jesús y exalta a su madre. Se trata de una alabanza hermosa pero que se mueve, toda ella, en el orden natural.

Jesús aprovecha ese momento para elevarlo todo al plano sobrenatural. Es decir, al orden de la gracia y de la salvación. Así nos enseña a mirar a María no por sus simples cualidades humanas, sino porque ella es la que acoge la palabra de Dios y la cumple. No podemos imitar a María en lo que ella ha recibido gratuitamente, pero sí en lo que ha escogido libremente. Como la Virgen nosotros podemos dar entrada en nuestro corazón a la Palabra de Dios. Como ella podemos querer cumplirla y hacer lo posible para que nuestra vida sea según la voluntad de Dios. Jesús, de nuevo, corrige nuestra mirada y nos enseña a ver más lejos.

Parece, en un primer momento, que aleja a su Madre y, sin embargo, nos la acerca. La felicidad que aquella mujer descubría en la Madre de Jesús, él nos dice que también puede ser la nuestra. No sé que sintió aquella mujer al oír las palabras del Señor. Quizás, en un primer momento, quedó confundida. Pero después descubriría algo: ella podía ser feliz como María. De hecho, Jesús había venido al mundo para traernos esa felicidad.

Nosotros, hoy, nos damos también cuenta de que Jesús quiso venir al mundo a través de María. Ella ha sido su mejor discípula y la más grande colaboradora. Ahí se nos abre otra dimensión del evangelio de hoy: como la Virgen María, vamos a ser felices en la medida en que acojamos la palabra de Dios y la cumplamos. Las palabras de Jesús incluyen una llamada a incorporarnos a su misión como hizo la Virgen.

Finalmente hay otro aspecto en el que nos podemos fijar. Jesús comunica alegría. La Virgen María comunica alegría. El verdadero discípulo de Jesús lleva a los demás la alegría. La primera exhortación apostólica del Papa Francisco trataba sobre la alegría. Allí nos decía que el que se encuentra con Jesús experimenta la verdadera alegría. Es lo que necesita nuestro mundo y cada uno de nosotros.

Que la Virgen María nos ayude a escuchar en lo profundo de nuestro corazón la palabra de Dios y que también, de ella, aprendamos a cumplirla.