Habitualmente, al meditar sobre este evangelio, pienso en el agradecimiento. Sin duda es una de las enseñanzas que contiene. De los diez que han sido curados sólo uno vuelve, y este es un samaritano. Pero, en esta ocasión, la figura del samaritano me ha evocado otro aspecto de la escena que hasta ahora me pasaba inadvertida. Es sabido que los samaritanos entre otras cosas eran rechazados porque no daban culto en el templo sino en el monte Garizim (de ahí la pregunta que la mujer samaritana, en otra ocasión formuló al Señor). Los otros nueve, parece deducirse, eran judíos.

Cuando Jesús les manda que vayan a presentarse al templo todos corren hacia él. Pero, de camino, quedan curados. Sólo el samaritano vuelve. Jesús no rechaza a los sacerdotes de la antigua alianza. De hecho manda a los enfermos que vayan a presentarse a ellos. El samaritano cae en la cuenta de algo: no han sido curados por los sacerdotes, ni por el templo. Es Jesús quien les ha devuelto la salud. Y sólo él comprende todo lo que esto significa. Más grande que la liberación de la lepra es la compasión que el Señor ha tenido con ellos. El gran don es la cercanía que le ofrece Jesús, que con su poder ha vuelto limpia su piel.

El milagro es muy simbólico ya que la lepra significaba impureza. Por tanto quien la padecía no podía participar del culto. Por el pecado todos somos impuros pero Jesús ha venido al mundo para reconciliarnos con Dios. Ese es el gran don. Es lo que nos descubre el samaritano. La salvación está en Cristo. Cuando vuelve para agradecerle lo que ha hecho y se postra ante él escucha estas bellas palabras de Jesús “tu fe te ha salvado”. He ahí el gran regalo que el Señor le ofrece y que se oculta debajo de todo otro milagro.

Nuestra oración siempre es escuchada. Siempre tenemos la oportunidad de volvernos hacia Jesucristo. Es lo que nos dice san Pablo en la segunda lectura: “Haz memoria de Jesucristo, el Señor, resucitado de entre los muertos”. Volver el corazón continuamente a Cristo y reconocer que él, con su misericordia, está ahí para responder a nuestras necesidades y para acompañarnos en el camino de la vida. El samaritano nos descubre eso.

De alguna manera, el evangelio de hoy también nos dice que muchas veces pueden pasarnos desapercibidos los dones que Dios nos hace. Él va obrando en nosotros y a nuestro favor, pero la urgencia por lo que nos parecía más importante, nos hace descuidar el gran don de la misericordia de Cristo. Jesús se compadece de nosotros, nos abre su corazón y nos ofrece su amistad. Y son tantos y tan continuos los bienes que nos concede que decimos con el salmo: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”.

Los leprosos gritaron desde la distancia. Imagen del hombre que está lejos de Dios. Jesús vino al mundo para acercarnos a Dios. Gracias a él tenemos acceso al Padre y podemos obtener la salvación.