“Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado”

¡Si no deseo otra cosa! Estoy cansado de ser esclavo de aquello que me domina. Ocurre que sigo al Señor desde hace muchos años pero todavía me siento apegado, incluso atado a cosas, circunstancias y hábitos que me hacen no sentirme yo mismo.

¿Cómo puedo vivir en libertad?

Pablo dice: “mantente firme y no te sometas de nuevo al yugo de lo que esclaviza”.  Es una palabra de inmensa creatividad. Nuestras ataduras, nuestros pecados, son las cosas más rutinarias del mundo. Se presentan ante nosotros cotidianamente, las repetimos una y otra vez. No tienen nada de original. No sólo son “el mismo”, sino también “lo mismo”… En cualquier otro orden de cosas, “lo mismo de siempre” lo evitaríamos a toda costa por anodino o sinónimo de aburrido; sin embargo, dejamos que suceda de nuevo aquello que atenta contra nuestra libertad.

Hoy es un buen día para ser originales, empezar con “otra gracia”. Vivir con una “fe más activa en la práctica del amor”.

Hay que empezar de dentro afuera. Así nos lo ha dicho Jesús en el evangelio. “El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro?” 

Conviene, de primeras, tener un tiempo cada día para una reflexión sencilla y sincera. Tradicionalmente se le ha llamado “examen de conciencia”. Pero queremos ir más a fondo: no sólo reconociendo los errores sino los deseos. Los cimientos de los actos están dentro de nuestros deseos. Un fariseo sólo cumple el expediente. El cristiano mira al interior, quiere cambiar a fondo. ¿Lo quiero?

De segundas, tomar conciencia de los deseos de nuestro corazón aunque nos puedan escandalizar. Recordemos que cuando se acercó el ciego a Jesús, el Señor le preguntó directamente: “¿qué deseas?”. Jesús ante todo está dispuesto a sanar tus deseos, por muy oscurecidos que se encuentren.

Después, volvamos a tomar la decisión por el Bien. Como dice el salmo de hoy: “cumpliré sin cesar tu voluntad por siempre jamás”. Muchas veces tiramos la toalla porque pensamos que el mal siempre nos vence. Por eso mismo, conviene decidirse por el bien, por lo mejor, otra vez, de nuevo, para que lo bueno tenga la última palabra. Pero como nos ha dicho san Pablo es orientarse a “poner en práctica” el amor divino con quien está al lado.

La libertad cristiana es la capacidad de sintonizar los deseos que el Espíritu suscita en nuestros corazones y los actos que realizamos cada día para alcanzarlos. Esta experiencia es una gracia y una tarea apasionante. Es la vida de pureza que Cristo habla hoy, merece la pena levantarse cada mañana para vivir así. Para la libertad cristiana no existe el ayer ni el mañana sino el hoy. ¿Volvemos a empezar? María, Madre purísima, enséñame de nuevo a decir “sí”.