img_2616La imagen que mejor habla de Cristo Rey es el famoso Pantocrátor. Es la figura de Cristo Creador y Redentor en actitud de bendecir al mundo. Lo está bendiciendo en presente continuo, como dicen los ingleses, sin que sea una respuesta a una petición del hombre. El Pantocrátor es donante perpetuo, donante universal, la iniciativa de Dios es bendecir. No hay condición expresa de fidelidad por parte del ser humano para que el Pantocrátor alce la mano o se la guarde. Qué bien atinó el apóstol cuando escribió que «somos herederos de una bendición», bendición que se sigue manteniendo, por cierto, como nuestro único patrimonio. El hombre medieval, muchos mejor avezado que nosotros en estos conocimientos, bien sabía que su Dios se había entregado irremediablemente, hasta poner su alma en el trágico delirio de una condena a muerte. Antes de las acciones de cada día, nuestro «homo antecessor medievalis» sabía que Dios se le había adelantado en amor.

Rezar delante de una fachada medieval es un reto maravilloso pera el hombre del siglo XXI. Os propongo el pórtico de la iglesia de Santiago, en Carrión de los Condes (Palencia). Allí se expresa magníficamente la presencia del Señor en el trasunto de lo humano. De la iglesia ya sólo queda la fachada, lo demás se lo llevó un terrible incendio que pudo con la piedra. Debajo del tejadillo hay un friso con el Pantocrátor en el centro, rodeado de los doce apóstoles, muchos de ellos descabezados por el tiempo, el fuego y las guerras. Cristo está sentado en la postura tradicional, con las piernas flexionadas tal y como, por comodidad, se sientan los orientales en el suelo. La intención del rostro de todo Pantocrátor es transmitir sensaciones de equilibrio y serenidad perfecta. En las ocasiones donde la cara es adusta, al artista le pudo más la intención de destacar la naturaleza divina de Cristo, de ahí la impresión de un equívoco enfurruñamiento. En cambio, el Pantocrátor de Carrión es de una serenidad que no cansa. Hay en ese rostro una característica muy típica en todo el románico, la de querer llevarse al espectador a adentrarse en el misterio. No es un mero retrato en piedra, anodino. Se parece a la Palabra de Dios pronunciada en el templo, es el instante en que Dios suelta sus hilos de seducción para atraer al hombre hacia sí. Más abajo está la arquivolta, sólo una arquivolta, y me fijo en las figuras que están allí esculpidas en el arco de medio punto. Son hombres y mujeres que representan oficios ordinarios: forjador, hojalatero, acuñador de monedas, hay un tipo leyendo un libro, un músico, un panadero, una danzarina en el instante de llevar atrás la espalda. Bajo los capiteles de las columnas hay alusiones al más allá, la salvación, la vida eterna. Es decir, el hombre medieval llegaba cansado de cultivar las vides en la parcela del señor, con los aperos al hombro, y antes de entrar en la iglesia de Santiago a saludar al Señor de su vida, miraba la fachada de la iglesia y entendía su papel en el mundo.

Las labores del hombre sobre la tierra quedan santificadas por Cristo, los haceres inadvertidos del hombre llegan a tal altura, que sirven para honrar la casa de Dios. A Dios le importa el hombre, esta es la noticia. Dios no está aparte, no es un globo de helio que, si se nos va de las manos, la vida funcionaría de igual forma, con su importancia propia.