Una de las conversaciones que menos nos gustan es la de hablar de la muerte. Tanto es así, que la mayoría, no lo hacemos nunca, incluso, cambiamos de tema cuando surge. Parece que sólo tocan este tema los ancianos enfermos o imposibilitados y, a veces, para desearla. Nuestra sociedad oculta la muerte en tanatorios y crematorios, dejándola en lo meramente circunstancial, que pase rápido. Incluso, nos estamos dejando influir por unas costumbres culturales y ajenas a nuestras raíces de fiestas que se ríen de la muerte, banalizándola. Es como si fuera algo optativo o que pudiéramos hacerlo desaparecer o cambiarlo.

No se tú, pero yo soy joven y me doy cuenta que es bueno hablar de la muerte y prepararse para ello, porque es una realidad que nunca cambiaremos y la vivimos todos. Hoy la Palabra de Dios nos habla de ello. El Señor llega a regir la tierra; ha llegado la hora de la siega. La muerte sabemos que es solo un paso, un trance inevitable que tenemos que afrontar todos al final de esta vida. Pero, lo que nos anuncia hoy estas lecturas es que el auténtico final viene detrás de la muerte y es muy bueno, esperanzador y más de lo que podemos imaginarnos. Esperar que el Señor regirá la tierra y todo lo que existe con rectitud y justicia, que Él por fin le convertiremos en Señor de nuestras vidas de verdad y que todos disfrutaremos de su reinado, es afirmar con fe y confianza que todo lo que es contrario a Dios desaparecerá; que todo lo que es contrario al bien, al amor, a la salud, a la Vida, desaparecerá. Esto es impresionante, ¿cómo será? Apenas podemos acercarnos a esta experiencia aquí, en lo que conocemos.

Hay que hablar de la muerte como puerta al cielo, al Reino de Dios pleno. Esto es lo que nos ayuda a vivir ahora nuestra vida, a vivirla desde la fe. A ponernos manos a la obra para empezar a construir ya este Reino. Para que llegue el Señor a regir la tierra, los pueblos con fidelidad. También, va unido a lo poco que hablamos del cielo, de nuestra resurrección. Hay que hablar, pensar, soñar, desear, anunciar, compartir esta esperanza que nace de la promesa que Jesús nos ha hecho.

No se puede seguir a Jesús, vivir cristianamente, sin afrontar personalmente este tema con fe. Lo necesitamos. Por ello, en el evangelio de hoy Jesús les ayuda a los que estaban con Él a «pisar tierra» en la vida, a afrontarlo y mirar al futuro con buenos consejos y empezar ya a construir el Reino que El nos trae. Escúchale, hazle caso, adelante, no tardes más, no huyas, no tengas miedo, Él llega.