Comentario Pastoral

MENSAJE DE ADVIENTO PARA  HOY

Ponerse en pie, subir a la altura, mirar hacia oriente, como recuerda hoy el profeta Baruc en la primera lectura, significa demostrar disponibilidad y empeño para emprender la marcha hacia Dios por los caminos de la justicia y la misericordia. Ponerse en pie es vivir en el dinamismo de la fe, superando pasividades, pacifismos cómodos o sentadas inútiles. El cristiano tiene que ser un signo erguido y visible de la verdad de Dios y de la esperanza nueva. En el Adviento es preciso soñar y desear el esplendor de Dios, que se nos va a mostrar en la luz de su gloria. El Adviento es una experiencia interior, una toma de conciencia de que Dios es el que guía y conduce por la senda de la verdad, al amparo de su cercanía y con la seguridad de su presencia.

La segunda lectura es un mensaje de alegría y confianza. El creyente ha de librarse de tristezas inútiles para crecer en el amor. Porque ha aceptado el Evangelio ha de penetrar continuamente en sus valores fundamentales; y lo ha de hacer confiadamente, es decir, superando apoyos humanos y fiándose totalmente de Dios, para llegar limpio e irreprochable con frutos de justicia al día de Cristo, a la Navidad de siempre.

El Evangelio nos presenta a Juan Bautista predicando en el desierto. Mucho se ha escrito sobre la espiritualidad del desierto, lugar que cambia al hombre interna y externamente. En el desierto se contempla mejor el cielo y se ven mejor las estrellas, pero sobre todo se escucha mejor y se medita el mensaje de lo transcendente.

En el desierto le vino a Juan la palabra de Dios. Por eso es necesario dejar los ruidos mundanos y gritos que desorientan, para vivir una experiencia silenciosa y lograr una escucha atenta a la voz de Dios, que es susurro tenue y exigencia fuerte que trastoca la vida del hombre. El grito del Adviento es esperanzado e inteligible: hay que preparar el camino del Señor y hacer que nuestros caminos sean sus caminos. Para ver la salvación de Dios hay que enderezar lo torcido e igualar lo escabroso. Por eso es oportuno que cada uno analice qué aspectos de su vida debe cambiar, qué cosas debe elevar o rebajar y cuál es el sendero llano por el que debe avanzar. Así facilitaremos la venida de Dios y brillará su verdad y justicia.

Andrés Pardo

 

 

Palabra de Dios:

Isaías 11, 1-10 Sal 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17
San Pablo a los Romanos 15, 4-9 San Mateo 3, 1-12

Comprender la Palabra

Cada año, en el segundo domingo de adviento la Iglesia nos invita a preparar los caminos del Señor. Como cada año, la Palabra de Dios nos enseña algo fundamental en la vida, y es que los encuentros importantes se preparan. El corazón no puede afrontar el encuentro con el Señor como cualquier cosa. Si lo hace, no le dará el valor apropiado, algo en su interior le dirá que ese encuentro no es tan importante, que es casual.

Por eso la figura de Juan el Bautista es crucial en este tiempo: nos permite ver la vida no como una suma de azares sino como un camino providente, con principio y final; no como un capricho de incierto final sino como un designio de amorosa salvación. Por eso también la advertencia que trae Juan el Bautista eleva el sentido de este tiempo y reclama de nosotros el fruto de la conversión. Porque el camino que preparamos no es algo ajeno a nosotros, no es algo puramente exterior: Dios quiere afectar, transformar a la persona entera, por eso interiormente también es necesario que el camino se haga en nosotros.

Además, como advierte Juan, este camino reclama constancia: no dura cuatro semanas, pues en realidad no sabemos cuánto dura. La conversión es urgente porque no sabemos el día ni la hora. Por eso, no basta con un tiempo, con un aspecto de nuestra vida, igual que no bastaba a los judíos ser hijos de Abraham: eso se prueba en las obras. Con dos ejemplos muy fuertes expresa Juan Bautista la urgencia, la gravedad del asunto: el hacha y el bieldo. No es un camino fácil, sino duro, constante, esforzado, preparar el corazón para acoger la gracia. O uno es dócil en su corazón para aceptar la propuesta, o no hay forma. El camino se prepara mirando a Cristo, en el espíritu de Cristo Jesús, dice Pablo. Con perseverancia y coraje, porque es más valiente el que acepta tener un corazón dócil que el que, de forma testaruda, se aferra a lo antiguo que ya no vale para no convertirse.

Cristo ha dado comienzo a la obra de la salvación y va a llevarla a término en un movimiento de reunificación, que veíamos el domingo pasado. Por eso, el salmo 71, uno de los que con más frecuencia canta la Iglesia en adviento, nos recuerda que el Señor restablece la justicia con la unidad. Así, Cristo se convierte en bendición universal: «Que él sea la bendición de todos los pueblos». Si hacemos bien esta preparación, cuando llegue el 1 de enero y cerremos la octava de Navidad, recordaremos esto mismo, pues Cristo se presenta entonces como la bendición que hemos heredado del Padre.

Así, no albergamos dudas: la salvación ya ha comenzado, ya está aquí. Desde su primera venida, la bendición se ha convertido en un movimiento que Dios obra en nosotros hacia Él por medio de su Hijo primogénito, y alcanza su culmen en la vuelta del Señor.

A la luz de esta Palabra podemos preguntarnos acerca de nuestra certeza en las dificultades, aprender a mantener al corazón despierto para recordar la garantía de salvación. ¿Cómo nos preparamos para ir a la iglesia? Vamos a ella poniéndonos en presencia de Dios, o hablando por el móvil, o como si fuéramos a cualquier otro sitio. Los encuentros se preparan… ¿Y para celebrar los sacramentos? Hacer un rato de oración antes de ir a misa o de confesarnos es la mejor forma de preparar el camino al Señor y de acostumbrarnos a afrontar con coraje que el Señor busca cada día nuestro corazón para ofrecernos garantía de salvación.

Diego Figueroa



al ritmo de las celebraciones


De la oración litúrgica a la oración personal…
el prefacio de la Virgen María, estirpe escogida de Israel

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Que has constituido a la bienaventurada Virgen María
cumbre de Israel y principio de la Iglesia,
para que todos los pueblos conozcan que la salvación viene de Israel
y que la nueva familia brota del tronco elegido.
Ella, hija de Adán por su condición humana,
reparó con su inocencia la culpa de la madre.
Ella, descendiente de Abrahán por la fe,
concibió en su seno creyendo.
Ella es la vara de Jesé que ha florecido en Jesucristo, Señor nuestro.
Por él, adoran tu majestad los coros de los ángeles,
gozosos en tu presencia.
Permítenos unirnos a sus voces cantando tu alabanza: Santo, Santo, Santo…


A. F

Para la Semana

Lunes 5:

Isaías 35, 1 – 10. Dios viene en persona y os salvará.

Sal 84. Nuestro Señor viene y nos salvará.

Lucas 5,17-26. Hoy hemos visto cosas admirables.

Martes 6:

Isaías 40,1-11. Dios consuela a su pueblo.

Sal 95. Nuestro Dios llega con poder.

Mateo 18,12-14. Dios no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.

Miércoles 7:

San Ambrosio, obispo y doctor. Memoria.

Is 40,25-31. El Señor todopoderoso da fuerza al cansado.

Sal 102. Bendice, alma mía, al Señor.

Mt 11,28-30. Venid a mí todos los que estáis cansados.
Jueves 8:
La Inmaculada Concepción de Santa María Virgen. Solemnidad.

Gén 3,9-15.20. Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer.

Sal 97. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.

Ef 1,3-6.11-12. Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo.

Lc 1,26-38. Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Viernes 9:

Isaías 48,17- 19. Si hubieras atendido a mis mandatos.

Sal 1. El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida.

Mateo 11, 16-19. No escuchan ni a Juan ni al Hijo de hombre.

Sábado 10:

Eclesiástico 48,1-4.9-11. Elías volverá.

Sal 79. Oh, Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve

Mateo 17,10-13. Elías ya ha venido, y no lo reconocieron.