En las lecturas de hoy parece que el camino del Adviento se divide en dos. Por un lado el camino de los magos que siguiendo la estrella de Belén se dirigen a adorar al Niño Dios. Por otro está el otro, el de Herodes, el camino de la ambición. Se fijan en la misma estrella pero con otra finalidad. De ahí la advertencia fuerte del salmista: El Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los malvados lleva a la perdición.

También el profeta Isaías nos advierte de la misma disyuntiva en forma de lamento: ¡Ojalá hubieras obedecido mis mandatos! Tu bienestar sería como un río…

Llegamos al Evangelio y Jesús se queja de lo mismo. Juan el Bautista vino en camino de penitencia; el Hijo del hombre, por el contrario, come y bebe. Todo corresponde a la sabiduría de Dios, y a cada uno le toca un modo de actuar. El problema es que los fariseos no son capaces de descubrir la acción divina ni en uno ni en otro. ¿Qué exclama entonces el Señor? Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos entonado lamentaciones y no habéis llorado. A Jesús lo que le duele es la frialdad de los fariseos. ¿No nos puede suceder a nosotros lo mismo?

Ocurre que Dios, lleno de pasión por el hombre, no es capaz de suscitar en nosotros, tantas veces, ni alegría ni pena. Lo intenta todo, en una Nochebuena llena de contrastes: el frío de la nieve y el calor del Niño, la grandeza de Dios y la pequeñez del pesebre, los ángeles ricos y san José pobre, María madre y virgen… en Belén se puede reír y llorar, se puede estar apenado por la miseria de tantos hermanos o por los pecados que nos apartan de Dios y saltar de alegría por el remedio que el mismo Jesús viene a poner. Lo que no se puede en Belén es estar indiferente ante tanta cosa grande.

San Pedro Crisólogo, en la preparación de la Navidad, nos dice que debemos encender el deseo por que llegue ese día. El Santo se pregunta: ¿Cómo es que nuestro corazón aspira a ver a Dios, a quien toda la tierra no puede contener? Tan anhelo es imposible, desproporcionado. Y sin embargo esta consideración no satisface al que ama. La ley del amor no se preocupa de lo que será, lo que debe ser, lo que puede ser. El amor no reflexiona, no entra en razón, no conoce moderación alguna… El amor inflama de un deseo que lo conduce hacia cosas que están prohibidas al hombre.

Y el amor encontrará respuesta; en la noche de Navidad será capaz de ver a Dios… Lo encontraremos en brazos de su madre. Que ella nos enseñe a prepararle el camino…