Comentario Pastoral

LA ALEGRÍA DEL ADVIENTO

El hombre está hecho para expansionarse en el gozo. El que vive la espiritualidad de Adviento descubre el sentido de la alegría cristiana. Porque la Navidad que se acerca es fiesta de gozo y salvación, desde este domingo “Gaudete” (así comienza el introito gregoriano) se comienza a vivir la esperanza feliz y desbordante de la cercanía del Señor. La alegría es respuesta al gran anuncio, a la cercana presencia. Los sueños de felicidad se van a hacer realidad con el nacimiento salvador de Jesús.

Es oportuno recordar hoy que las grandes felicidades proceden del cielo y que las pequeñas alegrías, de los hombres. Los cielos de Adviento llueven alegría para todos y eliminan la contaminación atmosférica de la tristeza anticristiana. En todos estos días luminosos hay que aumentar la provisión de alegría, para poder disponer de ella en los días oscuros.

El hombre ha sido creado para la felicidad y esta invitación de Dios llega desde el fondo de la eternidad. En el mundo hay placer y alegría. El placer es la felicidad del cuerpo; la alegría es la felicidad del alma. Y aunque en medio de las dificultades de la vida, pruebas, sufrimientos y muerte, se pueda llorar, sin embargo nunca hay derecho a divorciarse de la alegría, que por ser espiritual, no puede morir y tiene sabor de eternidad.

La alegría comienza en el instante mismo en que uno suspende sus afanes de búsqueda de la propia felicidad para procurar la de los otros. En el corazón del hombre inquieto, el hambre de felicidad es hambre de Dios. Desventurados los satisfechos que, empachados de placeres, ahogan lo infinito de sus deseos. Bienaventurados, por el contrario, quienes tienen todavía hambre. Benditos los que proporcionan alegría a los pobres; en la cúspide de la entrega y del olvido de sí, florece la alegría y se reencuentra la vida.

En Adviento se vuelve a recordar que el camino de la felicidad no arranca de las personas o de las cosas, sino que parte de uno mismo hacia los otros, es decir, hacia Dios que es causa de alegría. La entrega a Dios es una entrega a la alegría.

El Evangelio, por ser Buena Nueva, es un mensaje portador de alegría; anuncia la vida, el futuro, la esperanza, la salvación. Logra que el creyente sea un hombre libre de temores, anclado en la alegría serena. Por eso la alegría cristiana es una experiencia seria de la fraternidad, del cariño, de la comprensión, de la confianza. En Adviento todos los hombres y mujeres tienen que preguntarse si han recibido la alegría del Evangelio.

Andrés Pardo

 

 

Palabra de Dios:

Isaías 35, 1-6a. 10 Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10
Santiago 5,7-10 San Mateo 11, 2-11

Comprender la Palabra

Solamente en la profunda contemplación de la realidad puede el hombre experimentar también una inmensa alegría. Si la persona no se implica totalmente en el conocimiento de la realidad, su visión de la vida será corta, y su experiencia de felicidad incompleta. Juan el Bautista es hoy ejemplo de quien quiere descubrir hasta dónde llega la mano de Dios y envía a sus discípulos a preguntar al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir?» Una respuesta afirmativa hará que todo esfuerzo merezca la pena y que la alegría más grande se inserte en su corazón para no marcharse a pesar de sus penurias.

Esa gran alegría busca, apunta, se dirige a plenitud, pero no la alcanza: la alegría de este mundo solamente prepara e inicia la alegría con la que Dios quiere llenar nuestros corazones, la alegría de su vuelta. Es por eso que cuando Juan el Bautista escucha de sus discípulos lo que el Señor le ha mandado decir respira y se alegra, incluso estando en la cárcel. Juan y los suyos sabían de las profecías mesiánicas, como la que hoy se proclama en la primera lectura. Las curaciones son un signo de la presencia del Salvador, del ungido de Dios.

Así, la recomendación del apóstol Santiago en la segunda lectura: «manteneos firmes», podemos escucharla como una advertencia del Señor al Bautista en prisión: «¡Mantente firme! Si conoces la profecía y te cuentan lo que yo estoy haciendo fuera, mantente firme». También se puede aplicar la advertencia del profeta en la primera lectura: «Sed fuertes, no temáis». La fortaleza es siempre una victoria sobre el miedo, es una consecuencia de la fe que se ve realizada, de la promesa cumplida. Esa firmeza conlleva también una gran alegría, porque el creyente experimenta la dureza de la vida, pero no se viene abajo. En casa, en el trabajo, por problemas económicos o del corazón, el creyente encuentra su firmeza en que reconoce el poder curativo del Señor, y se mantiene fuerte. La alegría permite al que cree crecer con paciencia y afrontar todo lo que le pueda atemorizar, todo lo que le amenaza.

Pero esa alegría solamente la hemos empezado a conocer aquí, por eso a veces dudamos y se apaga, o nos parece que nos ha abandonado largo tiempo para siempre: no es así, si la hemos conocido, no solamente está, sino que anuncia su vuelta. El adviento nos anuncia su vuelta. Así, dice el apóstol Santiago: «El juez está a la puerta». El juez es Cristo, que «ha de venir para juzgar a vivos y muertos». Seguimos, sí, preparando su vuelta, por eso la alegría que no es plena va unida a una gran expectación. ¿Qué cosas en mi vida juntan alegría y expectación? El adviento se caracteriza precisamente por estas dos vivencias unidas, pues sabemos que el que ha venido volverá en majestad, que el que ahora nos alegra limitadamente, no por Él sino por nosotros, nos alegrará en aquel día plenamente. ¡Ven! Que estamos alegres y esperanzados.

A partir de la próxima semana, esta petición nos recordará la Navidad, pero ahora, cada día de nuestra vida, «¡ven!» es la expresión confiada del cristiano que, en medio de las dificultades, quiere conocer la alegría del Señor, pero sereno a la vuelta de estos, nos enseña cómo debemos responder también nosotros en tantas circunstancias que encarcelan y amenazan a la alegría que deseamos. No debemos rendirnos a dejar de sentir, a dejar de alegrarnos, a dejar de vivir: al contrario, encontremos nuestra fortaleza repitiendo, a cada latido del corazón, «¡ven!».

Diego Figueroa



al ritmo de las celebraciones


De la oración litúrgica a la oración personal…
el profecio de la Virgen María, en la Anunciación del Señor

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, nuestro Señor.
Porque la virgen creyó el anuncio del ángel:
que Cristo, por obra del Espíritu Santo
iba a hacerse hombre por salvar a los hombres;
y lo llevó en sus purísimas entrañas con amor.
Así, Dios cumplió sus promesas al pueblo de Israel
y colmó de manera insospechada la esperanza de los otros pueblos.
Por eso, los ángeles te cantan
con júbilo eterno y nosotros nos unimos a sus voces
cantando humildemente tu alabanza:
Santo, Santo, Santo…

 

Para la Semana

Lunes 13:

Números 24,2-7.15-17a. Avanza la constelación de Jacob.

Sal 24. Señor, instrúyeme en tus sendas

Mateo 21.23-27. El bautismo de Juan, ¿de dónde venía?

Martes 14:

Santa Lucía, vírgen y mártir. Memoria.

Sof 3,1-2.9-13. Se promete la salvación mesiánica a todos los pobres.

Sal 33. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Mt 21,28-32. Vino Juan, y los pecadores le creyeron
Miércoles 15:
San Juan de la Cruz, presbítero y doctor. Memoria.

Isaías 45,6b-8.18.21b-26. Cielos, destilad el rocío.

Sal 84. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo.

Lucas 7,19-33. Anunciad a Juan lo que habéis vis-to y oído.
Jueves 16:

Isaías 54,1-10. Como a mujer abandonada te vuelve a llamar el Señor.

Sal 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Lucas 7,24-30. Juan es el mensajero que prepara el camino del Señor,
Viernes 17:

Is 56,1-3a.6-8. A mi casa la llamarán casa de oración todos los pueblos.

Sal 66. Oh Dios, que te aleben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

Jn 5,33-36. Juan es la lámpara que arde y brilla.
Sábado 18:

Gén 49,1-2.8-10. No se apartará de Judá el cetro.

Sal 71. Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.

Mt 1,1-17. Genealogía de Jesucristo, hijo de David.