Génesis 49,1-2.8-10

Sal 71, 1-2. 3-4ab. 7-8. 17

San Mateo 1,1-17

Hoy, sin ser fiesta alguna, se celebra el 17 de diciembre. Comenzamos a contar los ocho días que faltan para la Navidad. Mateo nos ofrece la genealogía de Jesús, hasta llegar a la encarnación del Hijo en el seno de María, siempre Virgen. Suplicamos a Dios que Cristo, su Unigénito, hecho hombre por nosotros, se digne hacernos partícipes de su condición divina. ¿Os acordáis aquel seréis como dioses, las palabras del engaño primigenio que nos robo tanto de la imagen y la semejanza con la que fuimos creados? Pues bien, pedimos hoy a Dios que por la encarnación de su Hijo nos devuelva la condición divina que entonces extraviamos. No es que él nos la enturbiara, sino que nosotros nos dejamos convencer de que ese era nuestro excelso destino, desgraciado destino: ponernos contra Dios, hacernos dioses por nosotros mismos. Abandonamos la entereza de nuestro ser creado para hacernos hijos del engaño, quedándonos sumidos en el océano del pecado y de la muerte. ¡Qué infidelidad! Pero no, llevamos un largo tiempo en el que se nos dice: Mirad, mirad que ya viene. ¿Quién viene? Nuestra salvación. Quien nos va a restaurar con creces en nuestra imagen y semejanza del comienzo creador. Y nuestra salvación es una persona, un niño que nos va a nacer, que pasa sus últimos siete días en el seno inmaculado de María. Un niño que nos viene de parte de Dios, que fue engendrado cuando la sombra del Altísimo cubrió con sus alas a María. Ahí tenemos su genealogía. No es un niño que vista su inmensa guapez fuera adoptado por Dios para hacer de él jugador de lo nuestro. La encarnación del Hijo estaba pensada desde antiguo. Dios quería probar el ser de carne, y por ello la Trinidad Santísima envió al Hijo para que él, que era la Palabra, se hiciera carne como la nuestra en el seno virginal de María, haciéndonos partícipes de su propia divinidad. Actuación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. No elección desde lejos que recaiga en el más bello de los hombres, sino un modelar carne nueva para que en su seguimiento, viendo quién es, sabiendo quién es, el Hijo enviado del Padre y del Espíritu a nosotros en la carne inmaculada de María, por su gracia y su misericordia, que le llevarán hasta el infierno de la cruz, se rehaga en nosotros la imagen y la semejanza. No la primitiva, como si lo nuestro fuera una vuelta atrás, sino la que viene a nosotros desde el futuro de plenitud, haciéndonos hoy mismo partícipes de su divinidad.

Ya viene aquel a quien le está reservado el cetro y el bastón de mando. Cantamos con el salmo que en estos sus días florece la justicia y la paz abunda por la eternidad. Los montes traen paz, los collados justicia. Es él quien defiende a los humildes del pueblo. Siempre los humildes. Siempre los hijos de los pobres. Así pues, siempre nosotros. Siempre nuestro: Jesucristo, nuestro Señor

La genealogía, ‘documento escrito del origen’, era esencial para los judíos. Abrahán, nuestro padre en la fe, está en el comienzo, él recibió las promesa mesiánicas: se afirma implícitamente que Jesús es verdadera criatura humana; el esperado del pueblo, el Mesías. La genealogía de Jesús es propiamente la de José, su padre legal, por quien pasa la descendencia de David; la descendencia era más legal que biológica.