Me gusta mucho el cuadro en el que Fran Angélico pintó este tema. Más de una vez he ido a verlo al museo del Prado y unas cuantas veces me he detenido ante reproducciones. A la izquierda aparecen Adán y Eva que son expulsados del paraíso y caminan con el rostro mirando al suelo por la vergüenza. En la otra escena el arcángel Gabriel ante la Virgen María. El entorno es una casa sin puertas, porque María no se protege. Su libertad no ha construido una fortaleza que Dios tenga que asaltar.

Dios la ha hecho llena de gracia. Ella es la inmaculada. Limpia de toda mancha de pecado (¡Gracias Señor!) es la puerta a la que Dios llama. El paraíso ha sido cerrado, pero Dios ha preparado un camino por el que volver.

A pocos días de la Navidad la Virgen nos enseña cómo disponernos para recibir a Jesús. Lo primero que encontramos es que antes de estar preparados para esto o aquello, en concreto, lo que hemos de querer es cumplir la voluntad de Dios. Eso es lo que encontramos en María. No sabía que iba a ser la Madre del Redentor pero sí que sabía que lo que quería era hacer lo que Dios le pidiera.

María nos enseña la confianza absoluta en Dios, a no dudar nunca de su misericordia. Ella está ante Dios sabiendo que su amor nunca defrauda. Así, nos enseña a comprender que nuestra vida es importante para Dios y que él nunca va a dejarnos abandonados. La misión de cada uno se comprende a la luz de Dios. Más en concreto, el misterio de la vida de cada uno de nosotros tiene su respuesta en Jesús. Ella va a ser la Madre. Nosotros vamos a comprender, cada uno, lo que Dios espera de nosotros en esa relación especial con Jesús. Nuestra vida se va a iluminar plenamente a la luz de Cristo. Él es la respuesta que andamos buscando.

Estos días pienso mucho en que vivimos para protegernos. Continuamente esperamos lo peor y nunca queremos quedar al descubierto. Pero hay que estar abiertos a Dios. Frente a la tendencia a resguardarnos está la disposición de acogida. María acoge al ángel primero y, después, al mismo Hijo de Dios que llega a ella por el poder del Espíritu Santo. Esa disposición de acogida, de apertura total a la voluntad de Dios, que siempre es amor, nos abre también a la belleza que nos rodea y a los hermanos que puedan necesitarnos. Uno piensa en la Virgen María y piensa en la exquisita sensibilidad que debía tener para fijarse en todo y para gozarse en los más mínimos detalles. La belleza la descubría en todas las cosas. Cuando vemos a Jesús poniendo ejemplos de escenas cotidianas del hogar o de la naturaleza, en los que arranca lo que tienen de oculto, pensamos también en la mirada de su Madre. Cuando comprende lo que Dios quiere de él y sigue ese camino también se le ilumina el sentido de todo lo que le envuelve. Cada cosa se convierte en símbolo o signo de esa llamada de amor que ha recibido.

Los comentaristas bíblicos han señalado que estamos ante un texto de vocación. María es llamada y responde con total libertad. Queremos incluirnos en sus palabras. Como ella queremos que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios. Le pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir intensamente estos días para que se realice el designio de Dios en cada uno de nosotros. Le pedimos también que, como ella, sepamos decir sí a Dios. Al fin y al cabo nuestro sí no es más que la respuesta al sí que Dios nos ha dado. Jesús, con su nacimiento, expresa la voluntad de Dios de no abandonar a los hombres y de reafirmarlos en su amor.