Sencillamente quería que hoy elevásemos nuestro espíritu e hiciésemos un momento de oración y contemplación juntos. Espero nos ayude.

«Alégrese el cielo, goce la tierra; retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque… Delante del Señor que ya llega a regir la tierra…«  (Sal 95).

Las olas se estrellan con contra la roca haciendo un gran estruendo. El espectáculo es de una belleza singular. No cesa el vaivén, y «dice sí y dice no», y «dice voy y dice adiós», con un grito que suena al batir de tambores en una orquesta. Retumba el mar.

Pasas por los campos de trigo en una noche cálida de Junio. La brisa mueve las cosechas y parece un susurrar de miles de voces. Los grillos no dejan de cantar su soniquete estival. El concierto de la noche es algo casi mágico. Inunda la paz. Vitorean los campos y cuanto hay en ellos.

Cruzas un inmenso bosque de chopos. Si el viento ruge cuando pasas por medio de ellos, la chopera se agita de tal modo como si un millar de aplausos huecos se ofrecieran para tí . Se alza la ovación solemne de la naturaleza. Aclaman los árboles del bosque.

¿ Y si la dinámica de la creación hubiera sido misteriosamente establecida para dar un día la bienvenida al Dios hecho hombre? Es cierto, la belleza de la naturaleza ha sido siempre signo de la gloria y sabiduría del Creador. Pero también, como dice San Juan en su prólogo: «por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho». Por una parte entonces, la naturaleza en toda su magnificencia y esplendor, durante milenios, habría anunciado y proclamado la venida de Jesús en medio de ella, como  decenas de trompetas anunciaban la llegada del emperador victorioso al llegar a la patria. Y por otra parte, todo el aforo del universo se pone en pie para aplaudir con su grandiosa armonía la manifestación visible del Hijo de Dios en la naturaleza humana. Por eso continúa el salmo: delante del Señor que ya llega, ya llega a regir la tierra.

¿Y después de su venida? La presencia de Cristo lo iluminó todo. Cada acto del universo quedó inserto en su luz. La humanidad para ser plenificada, su pecado para ser redimido, su mal para ser juzgado y sanado. Y su luz llegó a la naturaleza para ser respetada como impronta de su ser y ser contemplada como providencia de amor de Dios. Espacio donde el Espíritu del Resucitado habitaría hasta el fin de los tiempos.