En el Evangelio de hoy vemos como Jesús se toma en serio la búsqueda de Andrés y del otro discípulo de Juan. Jesús se interesa por nuestras inquietudes y búsquedas.

Cada uno de nosotros tenemos una o varias inquietudes vitales. Por ejemplo a la filósofa judía, que después fue carmelita, Edith Stein le movió toda su vida la búsqueda de la verdad. A uno de los santos padres de los primeros siglos del cristianismo llamado San Agustín fue la búsqueda del Amor que llenara su corazón inquieto, lo que le hizo buscar en muchas experiencias de amor humano.

En la Biblia también se nos presentan personajes como Moisés, quien era muy sensible a la situación de injusticia que vivía el pueblo de Israel frente a la opresión del imperio egipcio.

¿Cuál es tu inquietud existencial? ¿Qué es lo que más te importa en la vida, cuáles son esas preguntas que te inquietan dentro de ti?

Jesús ante esas inquietudes de los discípulos de Juan no les da respuestas rápidas, sino que les dice: “Venid y veréis”. Los invita a convivir con él, a vivir su misma vida. Este momento debió ser marcante para ellos, ya que en el Evangelio está recogida hasta la hora: era como la hora décima.

Es desde la convivencia con Jesús, desde la amistad con El desde donde todas nuestras inquietudes y dudas van encontrando respuesta. Como dice el concilio Vaticano II, “la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador” (Gaudium et Spes 19).

Esta unión con Dios no es algo abstracto, sino que se realiza a través de la unión con Cristo. San Pablo describe así el sentido de su vida: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gálatas 2,20). Pablo nos explica que no se trata solo de pensar cómo actuaría Cristo en cada situación, sino de dejar a Cristo vivir, sentir, pensar y actuar en nuestras vidas. Esto nos saca de toda actitud voluntarista a la hora de vivir nuestra unión o amistad con Cristo y le confiere un sentido y un valor muy grande a cada uno de nuestros días. Madeleine Delbrel, una asistente social y escritora del siglo pasado lo concreta de ésta manera:

“Empieza un día más.

Jesús quiere vivirlo en mi. No está encerrado.

Ha caminado entre los hombres.

Conmigo está entre los hombres de hoy.

Va a encontrarse con cada uno de los que entren en casa,

Con cada uno de los que me cruce por la calle,

Otros ricos distintos de los de su tiempo, otros pobres,

Otros sabios y otros ignorantes,

Otros niños y otros ancianos,

Otros santos y otros pecadores,

Otros sanos y otros inválidos.

Todos serán los que él ha venido a buscar.

Cada uno, el que él ha venido a salvar.

A quienes me hablen, él tendrá algo que responder.

A quienes tengan carencias, él tendrá algo que dar.

Cada uno existirá para él como si fuera único.

Tendrá que vivir su silencio en le ruido.

Impulsará su paz en el tumulto.

Todo estará permitido el día que venga,

Todo estará permitido y exigirá que yo diga que sí.

El mundo en el que él me deja para estar conmigo

no puede impedirme estar con Dios;

como un niño en los brazos de su madre

no deja de estar con ella,

aunque ella camine entre la multitud.

Jesús no ha dejado de ser enviado a todas partes.

Nosotros no podemos dejar de ser

en cada instante

los enviados de Dios al mundo.

A través de los hermanos próximos a los que él nos hará

Servir, amar, salvar,

las oleadas de su caridad partirán

hasta el confín del mundo,

irán hasta el fin de los tiempos.

Bendito sea éste nuevo día, que es Navidad para la tierra,

porque en mi Jesús quiere vivirlo de nuevo.”

Que podamos vivir el día de hoy desde ésta maravillosa perspectiva.