¿Que es lo más importante para vivir cristianamente? Esta es la pregunta que me hicieron una vez en la reunión de una comunidad de adultos de mi parroquia. La respuesta la puse en manos del grupo y, en un dialogo participativo, unos dijeron que cumplir los mandamientos, otros que celebrar los sacramentos, otros que ir a Misa, etc. La respuesta la da el mismo Jesús hoy en el evangelio: El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre. Esto es lo más importante para un cristiano, es lo propio de los hijos de Dios. Todo lo demás nos ayuda a conocer esta voluntad y a vivirla en nuestra vida.

La verdad es que hay cristianos que se empeñan en hacer cosas muy raras o lo más complicado del mundo para vivir la fe. Otros se enredan en sacrificios físicos tabulados para realizar supuestas fórmulas. Otros lo interpretan de un modo reduccionista, viviéndolo solo desde la moral, o desde la piedad, o desde lo social-caritativo, o desde lo sacramentalista, etc. Pero, no es así.

«He aquí que vengo para hacer tu voluntad», así lo aprendieron los apóstoles y lo enseña San Pablo en su carta a los hebreos. Es la tarea fundamental de todo discípulo de Cristo y para ello Dios nos ha dado a través de su Iglesia todos los medios necesarios para poder hacerla. Nos ayuda a conocer su voluntad: escuchar, leer, meditar, interiorizar… la Palabra de Dios, hacer oración, acudir a los sacramentos, participar de la vida parroquial (compartir la fe en comunidad, formarnos en la fe, hacer revisión de vida en nuestro grupo cristiano de referencia, ayudar como agente de pastoral, etc).

Todos estamos llamados a la santidad porque es la meta de todo el que quiere seguir a Jesucristo, la forma más plena de vivir la vida cristiana; es nuestra vocación universal: Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación de cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre ¿Por qué nos perdemos por las ramas o nos empeñamos en complicarnos la vida? ¿Por qué nos cuesta tanto buscar la voluntad de Dios y cumplirla? Quizás porque es más fácil o menos comprometido cumplir ritos o normas a nuestra manera. Quizás porque queremos hacer nuestra voluntad y nos cuesta renunciar a ella. Hay que salir de nosotros mismos y encontrarnos con Él, buscarle, conocerle. Tenemos que repetirnos mucho más y poner voluntad en ello: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.