El comienzo de un nuevo año es un momento en el que generalmente todos tenemos nuevos propósitos con los cuales queremos mejorar nuestras vidas. Después de la intensa y entrañable celebración de la Navidad, parece que el cambio de año nos trae nuevas energías y una oportunidad de mejorar como personas o cambiar algo que no nos gusta. Los gimnasios se llenan, las matriculaciones en cursos de formación se multiplican, muchos se ponen a dieta, otros hacen planes para ponerse manos a la obra en algún proyecto que llevan mucho tiempo queriendo empezar.

Todos queremos cambiar algo de nuestra persona o vida para mejorar. Somos seres en cambio constante, a medida que el tiempo pasa. La Palabra de Dios nos habla hoy de cambio. San Pablo nos comparte en la primera lectura su experiencia de fe que cambió radicalmente su vida. El evangelio nos habla de conversión, un cambio o un conjunto de cambios que salvan la vida de una persona.

El camino de la vida de fe es un camino de conversión, un proceso constante de cambio que transforma nuestra vida; algo necesario para todo aquel que quiera realmente seguir a Cristo, ser discípulo suyo. Jesús envía a los apóstoles con este mandato: ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. Les envía a provocar y proponer esta conversión a todos sin escepción. Esta es la voluntad de Dios que busca la participación de nuestra voluntad para acoger la llamada y responder libremente a ella, algo que tiene consecuencias: El que crea y se bautice se salvará.

Así se siente Pablo y lo experimenta a lo largo de su vida de fe, acogiendo la voluntad de Dios y llevando adelante su misión como testigo ante todos los hombres, de lo que ha visto y oído. Hoy nos podemos preguntar cuál ha sido nuestra experiencia de fe y cual es nuestra experiencia de conversión. Si acogemos con libertad y apertura de corazón este proceso de cambio continuo o nos cerramos en nosotros mismos y en lo que no nos terminamos de decidir para cambiar.

En este primer mes del año, aprovechamos para dar un impulso a nuestra propia conversión a Cristo. Hay que seguir madurando en la fe dando pasos para que cada día lo vivamos más cristianamente, más según Su voluntad. No dejes de convertirte, de dejar que Él te transforme dentro y fuera. Pero, no podemos olvidarnos que caminamos al lado de otros que también quieren cambiar o están cambiando y quizás quieren convertirse. Comparte este camino, ayudémonos los unos a los otros.