El jefe de la sinagoga no puede más, se le está muriendo su hijita, por eso se echa a los pies de Cristo, se ha convertido en una criatura inconsolable,  una niña en agonía produce una tristeza que hace temblar a los árboles. Pocas cosas producen una sombra tan alargada. Quien se encuentra en un trance así, es capaz de lo que sea, los niños deberían vivir siempre, es más, alguien tendría que impedir que crecieran, porque los niños miran la realidad de esa manera divina que los adultos acaban por olvidar. Llevan en los ojos un punto de agradecimiento y asombro recién nacido. La ardilla que sube al árbol es la apoteosis de la belleza, nada les es ajeno, no juzgan lo que existe, lo veneran, saben intuitivamente que todo lleva noticias de un padre que juega a esconderse.

Por eso, una niña que se muere es un escándalo. El Señor se pone en marcha inmediatamente, al Maestro no le cuesta servir, ponerse en camino es la definición más propia de Dios. Cristo dirá más adelante, «para esto he salido«. La segunda persona de la Trinidad salió del Padre y ha venido al mundo para salir en busca del hombre, y si hay alguien que sufre o muere, la salida es aún más urgente. Esta puntualidad de nuestro Señor ante el dolor de quienes sufren es recurrente en los Evangelios.

A ti que lees estas líneas, te vendría bien una disponibilidad en salida tan acusada. Porque solemos ocupar nuestro tiempo en remolonear. Cuando tenemos algún enfermo de nuestra familia, que pide unos minutos de atención en el hospital, solemos organizarnos el día. Introducimos la visita en nuestro horario, cuando el enfermo debería ser la prioridad sobre la que girase el resto de la jornada. Nadie vive tan desatendido como el enfermo. Por mucho que las enfermeras rodeen su cama con visitas frecuentes, la desatención del enfermo se refiere a su alma, desea que alguien le explique qué le ocurre, capaz de regalarle tiempo para llevar a medias su desvalimiento.

El Señor va hacia la niña que se muere, el autor de la vida no puede dejar escapar la ocasión de mostrar que ha venido a traer vida y vida en abundancia. Y lo que resulta aún más novedoso es saber que a nosotros también nos ha regalado la facultad de poner vida donde la gente anda muriéndose, sólo quien ha aprendido a rezar sabe que la muerte se quiebra con la oración. Aún nos faltan los dos instrumentos básicos para vivir en verdad: la fe y la urgencia por servir. Hoy seguro que tienes a alguien que espera tu consuelo, no dejes que la tristeza le ronde, sé como el Maestro, deprisa, deprisa.