¡Qué grande es el poder de la oración! Seguro que hemos escuchado –y repetido- muchas veces esta frase y qué poco llegamos a creérnosla con toda la intensidad del corazón. Siempre aparece una duda en nuestro interior cuando tantas veces no se cumplen las peticiones presentamos al Señor por un enfermo, por un proyecto bueno, por un cambio en nuestra vida a mejor… Esta experiencia es la misma que tuvieron los discípulos de Jesús que le preguntan: ¿Maestro, por qué nosotros no hemos podido expulsar el espíritu que atormentaba al muchacho? Esta pregunta podía aumentar la perplejidad de los discípulos cuanto es el mismo evangelista Marcos el que afirma que el Señor eligió a los Doce y los envió con autoridad para expulsar demonios (cf. Mc 3,15).

No es, por tanto, accidental en el relato del evangelista que Jesús se tope con esta decepción de los discípulos, inmediatamente después de la narración del episodio de la Transfiguración. En esta epifanía reservada a los discípulos más íntimos, Jesús es testimoniado, de nuevo, como el Hijo amado del Padre, y esto nos indica en qué consiste la oración de Jesús. Podemos decir que en las largas noches de oración el Señor, aprendía a ser Hijo a través de la obediencia a la voluntad del Padre (cf. Heb 5,7-9). Y en efecto, Jesús, cuando sus discípulos le piden que les enseñe a orar, les enseña a decir “hágase tu voluntad”.

Jesús, en el Evangelio de Marcos, revela los secretos del Reino a los discípulos en la intimidad, cuando están en “casa”. Es aquí donde les dice que hay demonios que sólo pueden ser vencidos con la oración, pero no con una oración mágica, con la insistencia de la petición con la que pretendemos que se produzca una causa-efecto, sino con la oración de Jesús, con la que nos hace tomar conciencia de que somos hijos, la que nos introduce en la oración de Jesús, en la obediencia a la voluntad del Padre. Esta oración sí tiene poder para expulsar todo tipo de espíritus malignos, para mover montañas, oración que nos procura la Sabiduría que los fuertes de este mundo no saben reconocer y que nos permite entender cosas que ni el ojo vio, ni el oído oyó y que Dios tiene preparadas para los que le aman (cf. 1Cor 2,9).