¡Qué asombroso es encontrarse con Jesús! Si imaginamos la breve escena que nos describe hoy el evangelio, no podemos más que quedarnos maravillados. ¡Con cuánta ternura trata Jesús a todos, especialmente a los que no cuentan! En diversas páginas del evangelio nos encontramos escenas parecidas: también los discípulos decían al ciego de Jericó que se callase cuando gritaba: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. Jesús no sólo tiene debilidad por los últimos, sino que en ello nos deja una gran enseñanza. Él ha venido a buscar al que estaba perdido, ha escogido lo “necio del mundo” y en esta elección nos ha elegido también a nosotros.

Tantas veces nos preocupamos, como los discípulos, por agradar a los hombres, e incluso a Jesús, con nuestras grandes virtudes y hazañas, y no nos damos cuenta de que Jesús nos ama precisamente por nuestra pequeñez, “porque ha mirado la humildad de su esclava”; Él a los que eligió los justificó y glorificó; “hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos” que tratan de justificarse por sí mismos. Gran contradicción para este mundo en el que vivimos, incluso en el seno mismo de la Iglesia. De los que son como los niños es el Reino de los cielos. Este es el camino de la “infancia espiritual”, saber que todo lo podemos en Aquel que nos conforta.